Geograficando, vol. 18, nº 1, e109, mayo - octubre 2022. ISSN 2346-898X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Geografía

Artículos

La casa como red. Flujos cotidianos y ensamblajes actorales en un barrio popular

Federico Agustín Oriolani

Centro de Estudios Sociales y Políticos (CESP). Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), Argentina
Cita recomendada: Oriolani, F. A. (2022). La casa como red. Flujos cotidianos y ensamblajes actorales en un barrio popular. Geograficando, 18(1), e109. https://doi.org/10.24215/2346898Xe109

Resumen: En el artículo reflexiono sobre los modos en que las familias de sectores populares producen sus casas a través de los distintos desplazamientos que realizan hacia espacios comunitarios y las vinculaciones que establecen con políticas y personas. Indago en cómo y en qué lugares se produce. ¿Qué roles cumplen los flujos cotidianos en su conformación y las políticas y cosas que circulan? ¿Cómo se sustentan las distintas funciones de la casa?. Como parte de un trabajo de campo etnográfico realizado desde 2017 a 2020 en un barrio popular de Mar del Plata (Argentina), planteo a la casa como una red que genera prácticas. A su vez, debe extenderse para su materialización, en constante movimiento y compuesta por medio del ensamblaje persistente y variable de actores y lugares.

Palabras clave: Casa, Desplazamientos, Ensamblajes, Actores, Hábitat Popular.

The house as a network. Daily flows and acting assemblages in a popular neighborhood

Abstract: In this article, I reflect on the ways in which the families of popular sectors produce their houses through the different movements they make towards community spaces and the links they establish with policies and people. I study how and in what places they are constituted. What roles do daily flows play in their conformation and the policies and things that circulate? How are the various functions of the house supported? As part of ethnographic fieldwork done from 2017 to 2020 in a popular neighborhood in Mar del Plata (Argentina), I propose the house as a network that generates practices. In turn, the house must be extended for its materialization, in constant movement, and produced through the persistent and variable assemblage of actors and places.

Keywords: Home, Displacements, Assemblies, Actors, Popular habitat.

Introducción

A partir de un trabajo de campo realizado durante el período de 2017 a 2020 en un barrio popular de la ciudad de Mar del Plata (Argentina), el artículo reflexiona sobre los modos en que familias de sectores populares producen sus casas. En un contexto caracterizado por la expulsión intraurbana hacia la periferia (Canestraro, 2016), un aumento sustancial y persistente de la pobreza, marcada por una consolidación de mercados de trabajo altamente flexibles, temporales y precarizados (Da Orden y Pastoriza, 1991; Garazi, 2020), me interesa mostrar cómo la casa es experimentada como un lugar de múltiples entrelazamientos. Estructuras que aparentan ser independientes pero que se encuentran vinculadas mediante los desplazamientos cotidianos de las familias hacia espacios comunitarios o casas de parientes, amigos/as o vecinos/as, para acceder a diferentes objetos y materiales que circulan, vincularse con personas, obtener recursos y/o políticas. Una interdependencia que se produce a partir de la casa y que se vuelve fundamental para el sostenimiento de la vida.

Así, tiempo y espacio son continuamente redefinidos y rediseñados. Como señala Urry (2007), no importa el medio, la escala o el dispositivo utilizado: la movilidad es un eje rector del mundo global que habitamos. La necesidad de moverse desde y hacia otros lugares/espacios barriales para acceder a recursos, realizar actividades, vincular actores, señala la centralidad de los flujos cotidianos en la constitución de la casa.

En los últimos años han surgido importantes contribuciones que han hecho énfasis en recuperar la capacidad agencial de la casa (Borges, 2011) y en problematizarla más como un proceso que un lugar (Miller, 2001; Segura y Caggiano, 2021). Por su parte, desde la antropología brasileña, han focalizado en lo que Marcelin (1996 y 1999) denominó “configuraciones de casas”, definida como una interrelación que se genera entre casas y que produce un proceso de construcción simbólica y concreta (Marcelin, 1996 y 1999). No es solo una propiedad individual, una cosa, sino que es una práctica, una construcción estratégica en la producción de la domesticidad. En tanto Motta (2020, 2014 y 2016) ha hecho énfasis en observar la circulación de personas, objetos y dinero. Un flujo cotidiano que hace a las casas en los múltiples sentidos que ellas pueden asumir: como productoras de personas, mercancía, lugares de abrigo, de cuidado y de ganarse la vida (Motta, 2020).

Atendiendo a estas discusiones, sostendré que las casas se presentan como redes que deben ser extendidas para su materialización, producción y conservar su posesión. Diariamente son vinculadas y ensambladas a una serie de políticas, personas, materiales y lugares comunitarios –comedores, roperitos, merenderos, sociedad de fomento, Casa de Encuentro Comunitario1 (CEC)– mediante el flujo cotidiano que las familias realizan y que les posibilita el acceso a recursos y al desarrollo de actividades necesarias para garantizar el abrigo, protección, seguridad, alimentación, cuidados y afectos. Estas actividades, que caracterizan y definen la función de las viviendas y permiten la sostenibilidad de la vida, en los sectores populares son producidas en múltiples espacialidades.

El artículo está estructurado a partir de dos ejes: uno vinculado a la centralidad del desplazamiento cotidiano de las familias desde, a través y por la casa hacia otras o espacios comunitarios. Mientras que el segundo eje está relacionado con el ensamblaje –referido a las asociaciones contingentes y fluctuantes entre entidades humanas y no humanas que producen lo social (Latour, 2008) – constante y heterogéneo de actores (políticas, personas, organizaciones, materiales, recursos), necesario para la materialización de la vivienda.

Metodología

Enmarcado en un enfoque etnográfico, el trabajo de campo fue realizado en el barrio Nuevo Golf de la ciudad de Mar del Plata (Argentina) en el período de 2017 a 2020. Durante ese tiempo, frecuenté diferentes espacios comunitarios, casas de referentes y vecinos/as, asistí a distintos eventos y actividades. La perspectiva que adopté fue la de seguir a los actores (Latour, 2008) tanto en sus argumentaciones y justificaciones como en sus desplazamientos. Entiendo por actor a cualquier cosa que hace algo o mueve a la acción (Venturini, 2010). En términos de Nardacchione y Tovillas (2017), es todo aquel que produce consecuencias prácticas. De esta forma, la noción de red que aquí utilizo refiere al “establecimiento, nunca definitivo y en constante proceso de transformación, de relaciones entre las personas y los objetos” (Corcuff, 1998, p. 64).

Realicé el estudio de caso en un barrio para abordar la problemática de manera densa y plural (Grimson et al., 2003), apoyándome en las conexiones y redes actorales que se entretejen y vinculan una mirada micro y macro. Como sostiene Latour (2008), lo macro no se encuentra ni “arriba” ni “abajo” de las interacciones, sino agregado a ellas como parte de las conexiones. Asimismo, como señala Grimson (2009), los barrios no solo son definidos a partir de sus categorías administrativas, sino también sociales.

Para tales fines, hice entrevistas en profundidad a diferentes habitantes, referentes y profesionales que intervienen en el territorio con la intención de profundizar en la experiencia situada de los actores y los vínculos producidos a partir de la preocupación por la construcción y sostenimiento de la casa;2 realicé observación participante en diferentes espacios comunitarios del barrio y participé de las distintas actividades desarrolladas por una organización luego de una ocupación de terrenos que entró en conflicto con otros referentes del barrio y el municipio (Oriolani, 2019). Ingold (2015) destaca que la observación participante se centra en la idea de estudiar con y ser instruidos por, en un proceso que implica conocer desde. Como menciona, el geólogo estudia con rocas, aprende de ellas y ellas le dicen cosas. Conocer desde adentro, saber cómo, tiene una correspondencia práctica. De acuerdo con el autor y con la premisa de seguir a los actores (Latour, 2008), el trabajo de campo se desarrolló en espacios comunitarios del barrio, espacios públicos y casas de vecinos/as.

Nuevo Golf está ubicado en el periurbano sudoeste, sobre una zona de lomas que se eleva hacia el sur. El barrio se constituyó sobre terrenos privados que fueron vendidos a través de la configuración de un mercado inmobiliario informal, u ocupados mediante toma de tierras de manera colectiva o individual. Su poblamiento empezó hacia finales de la década de los 90, con una fuerte expansión durante y con posteridad a la crisis de 2001, enmarcado en procesos de expulsión intraurbana (Canestraro, 2016) y migraciones provenientes del conurbano bonaerense y del norte del país –Chaco, Santiago del Estero, Formosa–, principalmente (figura 1). La zona consolidada se ubica cercana a la Avenida Mario Bravo, principal arteria de ingreso. En dirección sur, Nuevo Golf muestra un gradiente en el nivel de construcciones de las casas que señala las diferentes temporalidades de las familias asentadas. Así, dos grandes áreas destacan los habitantes y referentes: la zona consolidada, ubicada en la parte norte cercana a la Avenida Mario Bravo; y una zona en expansión constante hacia el sur, donde se extienden una serie de terrenos ociosos hacia el final del barrio en el límite con Quebradas de Peralta Ramos.

Según trasciende en las entrevistas a los vecinos/as y referentes sobre el momento de llegada y la posibilidad de habitar Nuevo Golf, emerge la idea de que distintos actores alentaron su ocupación. Algunas familias y referentes mencionan las figuras de concejales del Honorable Concejo Deliberante (HCD) del Partido de General Pueyrredon (PGP) y funcionarios, quienes habrían dicho que esos terrenos eran fiscales. Por su parte, durante los últimos años surgió la figura controversial de un agente inmobiliario, quien “donó” una serie de terrenos en la zona sur del barrio que pertenecían a la empresa Cabo Corrientes SA.3

Figura I
Aerofotos Barrio Nuevo Golf, de 2003 (izquierda) y 2020 (derecha)
Aerofotos
Barrio Nuevo Golf, de 2003 (izquierda) y 2020 (derecha)
Fuente: Google Earth. Como podemos observar a través de las aerofotos, la expansión del barrio se produjo principalmente en las últimas dos décadas (Oriolani, 2021).

Actualmente, en Nuevo Golf existen 16 comedores, merenderos y roperitos que funcionan de manera intercalada. Algunos proveen un plato de comidas uno o dos veces por semana y entre algunos espacios comunitarios intentan garantizar al menos una opción por día. También, desde 2019 se construyó una Casa de Encuentro Comunitario en la zona “en expansión”.

Pensar la casa como red: despliegue y vinculación con personas, políticas, lugares y materiales

Desplazamientos cotidianos

La primera vez que visité a Laura y Zoe fue una tarde de octubre de 2018. Había acompañado a Gastón, el trabajador social de la CEC. La vivienda se encontraba en el límite sur del barrio, sobre un lote que finalizaba en un canal de agua que atraviesa y divide Nuevo Golf de la urbanización cerrada “Lomas del Golf”. Para llegar había que transitar una cuadra por un camino que oficiaba de calle y que habían hecho los/as nuevos/as vecinos/as que habitaban la misma manzana que Laura. Ese día pasamos por la puerta de lo de Laura pero no había nadie. Desde la casa de al lado, se asomó Laura y lo llamó a Gastón. Estaban en lo de su mamá, en una construcción contigua a la suya, en el mismo lote.

Cuando llegamos, Laura lavaba los platos con agua que había calentado en una hornalla conectada a una garrafa ubicada debajo de la mesada. Antes de eso, habían comido unos fideos que cocinó. En tanto, Zoe, su hija, se preparaba para bañarse. En su casa, Laura no podía cocinar ni bañarse porque no tenía espacio ni cocina, ni tampoco tenía hecha la conexión al agua. Era una casilla de chapa y madera indivisa de 3mts cuadrados que habían construido con su marido hacía unos meses en el fondo del lote de su madre. Por eso, regularmente se bañaban y cocinaban en otro lugar.

Antes de la pandemia de Covid-19, Zoe, que al momento del trabajo de campo tenía 9 años, iba a apoyo escolar en la sociedad de fomento todos los jueves a las 16 porque aún no había aprendido a leer y escribir. Vivían a 9 cuadras del centro vecinal. Como varios/as chicos/as, habitualmente pasaba las tardes en distintos espacios comunitarios. Los martes y jueves merendaba y dibujaba junto a los voluntarios/as de la ONG “Adelante” en la CEC, ubicado a 5 cuadras de su casa. Los miércoles a la tarde, iba a lo de Anabella, “frente a la canchita”, donde servían una copa de leche. Los jueves después de merendar en la CEC, iba a apoyo escolar en la sociedad de fomento. Cuando estaba allí, también aprovechaba a comer algo. Los sábados, al comedor de Valeria. Generalmente, la movilidad se veía interrumpida los días de tormenta porque las calles se inundaban y era muy difícil salir de la casa. Mariano, referente vecinal, decía que muchas familias quedaban “aisladas” cuando llovía.

Como varias madres, Laura la llevaba y acompañaba a estos espacios comunitarios. Durante ese tiempo, se reunía con otras mujeres y charlaban con los/as referentes o profesionales que asistían al lugar; realizaban consultas y esperaban a recibir algún alimento que hubiese disponible. También, los jueves llegaban a la CEC las donaciones de ropa que un grupo de mujeres llevaba al barrio. Habitualmente, los chicos y chicas esperaban a la camioneta que llevaba los recursos al comedor y, al verla doblar en la esquina, corrían persiguiéndola media cuadra hasta que Mariana estacionaba y se abalanzaban sobre ella cuando se bajaba del vehículo. Mariela descargaba de la parte trasera de la camioneta bolsones con ropa y las dejaba en la CEC. Allí aparecía Liliana –encargada del comedor–, su hija mayor y otras mujeres, algunas “voluntarias” de una ONG, que esparcían las donaciones sobre una mesa y las clasificaban. Luego, quedaban disponibles para quien necesitase algo. Cada tanto se acercaba alguna madre a ver qué había, mientras los chicos y chicas corrían y jugaban en el patio. Principalmente, la ropa de Laura y Zoe era obtenida a través de estas donaciones que llegaban a la casa-CEC-comedor de Liliana y, según la época, conseguía materiales para la escuela. También, en la CEC, Laura se informaba de los diferentes requisitos para acceder a los programas sociales que facilitaban los profesionales. En cada lugar, Laura y Zoe aprovechaban para cumplir sus necesidades, mientras Pablo –el marido– salía a “hacer changas”.

Desde su casa, Laura iba hacia lo de su madre para cocinar y bañarse; en la CEC y en otros comedores, la hija merendaba y aprovechaba para jugar; en la casa-sociedad de fomento asistía a la atención médica y a apoyo escolar. Cada espacio al que concurrían cumplía una función, se complementaban entre sí. A la vez, circulaban diferentes objetos –comida, ropa, materiales– y personas que jerarquizaban y entrelazaban los espacios y los actores, y tornaban a la casa como una red extendida en y hacia otros lugares. Se constituían como lugares interdependientes que eran reproducidos a través de estas prácticas y, al mismo tiempo, eran los que producían estos hábitos y movimientos diarios.

Como señala Marcelin (1996), las casas se producen de manera entrelazada, cobran sentido a partir del vínculo con otras. La familia de Laura es un ejemplo de ese entrelazamiento que permite la sostenibilidad de la vida en los sectores populares, a partir de estas distintas conexiones y desplazamientos, rutinas diarias que hacen y que problematizan la definición de la casa, sus funciones y configuraciones. Estos aspectos que menciono muestran el vínculo interdependiente y desigual de las casas a partir del movimiento y circulación de personas, políticas y cosas, y la presencia controversial de la estatalidad como parte fundamental de esta cotidianidad.

Al igual que el recorrido cotidiano de muchas familias, Laura y Zoe producían un itinerario semanal, un circuito que incluía diferentes espacialidades y actividades. Estos diferentes desplazamientos diarios que realizaban vecinos/as generaban lo que DaMatta (1991, p. 24) denominó “formas paralelas de tiempo y espacio”. Los días eran marcados a partir de las actividades que se desarrollaban en los espacios barriales, generadoras de concepciones diferenciadas y complementarias de tiempo. Una rutina diaria realizada para conseguir el sostenimiento de la familia en actividades esenciales que no podían suplir hacia el interior de las casas y por medio de “formas mercantilizadas”. La casa se extendía a otras, se componía de otros lugares y se insertaba en esa red de espacios de manera relacional. Así, como lugar de abrigo, resguardo y seguridad era comprendida en esa interdependencia que permitía la reproducción de la familia, a partir de la posibilidad de realizar actividades y acceder a recursos en otros lugares más allá de las cuatro paredes. Aunque también, el objetivo de materializar la casa expresaba esta trama por la cual se ensamblaban personas, políticas y cosas. A continuación, retomo notas de campo que refieren a este asunto.

La casa como un proceso permanente (y fluctuante) de ensamblajes actorales

Como sugiere Bourdieu (retomado en Cravino, 2014), la vivienda es el bien que da mayor prestigio, el de mayor distinción. También, en Nuevo Golf funciona como “texto” en el cual se pueden leer los diferentes procesos por los que pasó cada familia, las temporalidades de los residentes, los ensambles discontinuos de partes y objetos, los distintos actores que intervinieron y los materiales utilizados que jerarquizan construcciones.

Una tarde de agosto de 2019 conocí a “Indio”, luego de que me ayudar a sacar el auto que se me había quedado atascado en una bocacalle, cerca de su casa y a una cuadra de la CEC. Cuando le comenté que me dirigía a la CEC, me preguntó si estaba “el canoso” –en referencia al arquitecto de una Fundación que intervenía en el territorio–. “Preguntale, de parte de ‘el Indio’, si ya me consiguieron los tirantes, que estoy haciendo la casa. Y si puede ser, unas chapas también. Tengo algunas pero están agujereadas, pero lo más importante son los tirantes, decile”. Meses antes, la Fundación –constituida por un grupo de arquitectos/as e ingenieros/as y articulada a través de diferentes proyectos de investigación y extensión universitarios y políticas y programas habitacionales– se había acercado a donde vivía y le habían prometido que iban a intentar conseguirle algunos materiales para que pudiese “transformar la casilla”.

Como la mayoría de los que habitaban la zona contigua a la CEC, “el Indio” pertenecía al grupo de “nuevos residentes”. Desde hacía dos años, había ocupado una parte de un lote que compartían con Ramón y con la madre de Milton, al que la Fundación le había hecho una habitación debido a que tenía cáncer. Durante esa intervención, “el Indio” conoció al equipo de profesionales y había podido solicitarles los materiales que requería para construir la casa.

Luego de conversar con algunos integrantes de la Fundación que se encontraban en la CEC realizando algunas tareas de mantenimiento del espacio comunitario, nos dirigimos a la casa de Indio, a tres cuadras del espacio comunitario. En la entrada, Ramón estaba haciendo un pozo profundo. Buscaba los caños del sistema cloacal de la urbanización cerrada aledaña a Nuevo Golf para hacer la conexión. Cuando llegamos, “el Indio” estaba ensamblando las partes de la casa, envolviendo la casilla. Tenía una casilla armada y, alrededor de esta, estaba construyendo las paredes de ladrillo y cemento. Algunas paredes se elevaban sobrepasando el techo de la casilla. Su principal preocupación era el techo. Sobre las paredes que había construido, había colocado unas ramas irregulares de árbol tipo álamo que cruzaban de pared a pared. Debajo de las ramas estaba el techo de la casilla que reciclaría y lo utilizaría para hacer el de la casa, pero que aún no había desarmado porque no tenía decidido cómo hacerlo y esperaba la posibilidad de recibir algún material “de mejor calidad” para reemplazar los improvisados tirantes, principalmente.

Además, el problema de reciclar las chapas ya usadas era que estaban agujereadas porque habían sido clavadas a la estructura de la casilla, por lo que su función de resguardo ante lluvias se veía reducida. Sin embargo, Indio pensaba utilizarlas por lo menos de manera provisoria porque no tenía otras, y si conseguía alguna la iba a destinar para resguardar los electrodomésticos en una parte de la casa: “con una o dos por lo menos puedo cubrir la cama y la televisión y algunas cosas más. Pero lo más importante son los tirantes porque si no, no puedo hacer que el techo me quede bien”.

Indio jerarquizaba las urgencias de los materiales y las partes de la superestructura de la casa –primero habían hecho las paredes, después quería hacer el techo, y por último, el piso–. Conseguir los tirantes era más importante que las chapas porque a estas las podía reemplazar momentáneamente con las de la casilla. Gabriel, arquitecto de la organización, le dijo que iba a ver si conseguían los tirantes y las chapas pero le ofreció “arenilla” para hacer el piso, algo que conseguían más fácilmente. La arenilla era un deshecho de una cava que la Fundación obtenía de manera gratuita y la reutilizaba en las casas en las que intervenía. Pero no solo resultaba ser un recurso al que accedía con facilidad, sino que según la evaluación del arquitecto, el piso como aislante a través de la realización de una platea de cemento mezclada, en este caso, con arenilla, era una parte importante de la casa. Sin embargo, la prioridad para Indio era el techo, no el piso, e insistió con los tirantes. “Primero quiero solucionar el techo”. Así, la envoltura de la casilla mediante el ensamble que producía la instalación del techo le iba a permitir resguardar de tormentas a su cama y demás pertenencias. Mientras que hacer el piso no era algo que le presentaba urgencias.

Tal como expresaba Indio, la arenilla que le ofrecía Gabriel no tenía “sentido” si no lograba recubrir primero una parte de la casa con una cubierta sostenida por tirantes. Ensamblar no solo expresaba el proceso de unión y ajuste de materiales sino también de personas y políticas, práctica central para la construcción de la casa. Indio no había accedido a ningún programa y tampoco la Fundación tenía para facilitarle alguno, aunque estaban evaluando la posibilidad de conseguir algunos de estos materiales fundamentales para la fabricación del techo mediante donaciones.

A diferencia de Indio, Analía, de 40 años, no había envuelto la casilla. Llegó a Nuevo Golf en febrero de 2020, junto a su hija, luego de separarse de Ernesto, su pareja, con quien vivía en Cerrito Sur. Meses más tarde se “arreglaron” y Ernesto se mudó con su hija a la casilla que, durante los primeros días de febrero de ese año, había levantado Analía con ayuda de su hijo más grande que vivía en el mismo terreno. Después de mudarse, la pareja de Analía había comprado ladrillos, cemento y unos tirantes de madera y construyó una habitación para su hija y la de Analía. Esta construcción la realizó en la parte trasera del lote y contigua a la casilla (figura 2).

Figura II
La casa de Analía. Abril de 2021
La casa de Analía. Abril de 2021
Fuente: archivo personal. Casa de Analía

Analía y su familia habitan en los lotes donados por “Marcone”, el agente inmobiliario que administraba los terrenos del barrio pertenecientes a las distintas ramificaciones de la familia Peralta Ramos. Durante agosto de 2018, la Asociación Vecinal había realizado una asamblea de vecinos/as junto a Marcone, quien en la reunión “había cedido” los terrenos ociosos del barrio ubicados en el límite sur. Dos de esos lotes fueron ocupados por la hija de Analía y por la nuera, que ya vivía en Nuevo Golf desde 2013. En 2020, Analía le compró el terreno a su nuera.

La imagen (figura 2) fue capturada en abril de 2021 –posterior al trabajo de campo–, cuando Analía accedió a materiales para continuar la construcción de su casa mediante un programa de la Fundación. Se puede observar el ensamblaje procesual de diversos materiales y personas. La parte nueva de ladrillo –la habitación de sus hijas– realizada hacia finales de 2020 y construida por su pareja e hijo, ensamblada con la parte inicial, de madera –cocina/habitación–, construida ni bien se mudaron. Al costado, los cimientos de la parte en construcción y los primeros ladrillos pegados con recursos que obtuvo de la Fundación. Asimismo ese ensamblaje se extendía en el terreno: atrás de su construcción, la casilla de su hijo Lucas que terminó de construir en octubre de 2020, en el mismo lote que su madre. Al costado (donde se apoya la antena de televisión de Direct TV) la casilla de su hija más grande, Victoria, quien vivía con su pareja e hija desde mediados de 2020.

Como vemos, la casa se presenta como un proceso permanente de ensamblaje de personas, políticas y materiales, como una red que debe ser desplegada cotidianamente para su materialización y constitución. En este sentido, las dinámicas diarias de las familias muestran ese carácter de la casa en constante movimiento. No es únicamente transformarla, sino vincular actores para acceder a recursos y políticas y protegerla ante posibles hechos de desalojo. En palabras de Segura y Caggiano (2021), es un nudo que resulta del entrelazamiento de las líneas de movimiento de sus habitantes. No solo las casas se producen en interrelación a otras, conformándose una configuración de casas, sino también en torno a diferentes presencias estatales que producen espacialidades que se tornan centrales para su constitución mediante el flujo y circulación constante –entre estas– de alimentos, materiales, ropa, cosas, programas sociales.

Así, la casa es producida en un sentido simbólico y concreto a partir de los diferentes entramados actorales que intervienen en territorio. Si bien esta interconexión de casas es factible de trasladar a los diferentes sectores sociales como prácticas y hábitos familiares, principalmente –generadora de redes de casas que producen flujos y circulaciones–, en el caso de los sectores populares, la presencia central de actores estatales y programas asistenciales; de organizaciones sociales, ONG y Fundaciones; y la conformación de espacios “híbridos” que permiten el despliegue de estas formas situadas de expresión política, establecen maneras distintivas del hacer casa y de lo que las casas hacen hacer –vincularse, organizarse, desplazarse, disputar materiales y lotes– y se presentan como características de la experiencia de vida de las familias en el barrio popular. Es decir, estas familias no pueden ser entendidas sino insertas en esos entramados que las constituyen y las significan a partir de las acciones, tareas y prácticas que habilitan, demandan y generan, y que transforman la vida diaria de los habitantes.

Las casas se ensamblan a un conjunto de otros espacios, actores, objetos y políticas que les dan sentido y permiten la sostenibilidad de las familias. Se configuran a través de la permanente tensión entre el flujo/desplazamiento y el enclave/permanencia. Situación expresada en la producción diaria de las actividades necesarias de, por, a través y en la casa.

Reflexiones preliminares

La cuestión de la casa como lugar y objeto de estudio ha sido un tema abordado extensamente por la antropología. Sin embargo, son muy pocos los estudios que consideran su capacidad de agencia (Borges, 2011). Como sostiene Miller (2001), es más un proceso que un lugar y, así como la vamos modificando, esta nos modifica a nosotros/as (Hennion, 2017). Pensar las casas como un proceso implica descentrar la mirada estática y hacer foco en los flujos y movimientos que la producen y lo que produce, como un movimiento constante y dinámico. En este sentido, la autoconstrucción de la vivienda como proceso no solo genera la transformación y producción espacial de la vivienda, sino que también establece una temporalidad particular consolidada a través de los flujos cotidianos que constituyen a la casa a partir de los vínculos tramados.

En el artículo focalicé en las formas situadas en que se expresa la casa en un barrio popular de la ciudad de Mar del Plata (Argentina). En primer lugar, hice hincapié en los flujos cotidianos que las familias realizan a partir de los desplazamientos desde, a través y por la casa y hacia distintos espacios comunitarios, casas de vecinos/as, familiares y referentes. La necesidad de acudir a otros lugares se establece por la posibilidad de acceso a recursos, políticas, cosas y personas que circulan de manera diferencial y desigual por diferentes casas y para garantizar la realización de actividades y tareas fundamentales para la sostenibilidad de la casa.

Por su parte, mostré cómo la casa se conforma como un proceso de ensamblaje continuo y fluctuante. No solo de materiales diversos que muestran las diferentes temporalidades en su proceso de materialización en constante transformación y movimiento, sino también de ensamblaje de personas y políticas como un conjunto de prácticas que debe reafirmarse y generarse cotidianamente.

La casa como red se expresa en esa cotidianidad de vinculación de actores, tramas que se negocian y disputan y que marcan un ritmo particular y situado de producción del hábitat popular. Por otro lado, esa interdependencia con lugares, personas y políticas, desdibuja las fronteras físicas establecidas por las paredes. La casa se constituye a partir de esa interrelación, en diferentes espacialidades separadas físicamente pero unidas simbólicamente por medio de los desplazamientos cotidianos.

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Notas

1 El Programa provincial Casas de Encuentro Comunitario (CEC) fue anunciado en agosto de 2017 por la entonces gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. El portal digital Infocielo señalaba que la propuesta tenía como principales objetivos “favorecer los procesos de contención familiar, la promoción de derechos y la participación y transformación comunitaria, a partir del fortalecimiento de organizaciones de la sociedad civil que trabajan en los barrios bonaerenses más vulnerables” (“Qué es el Plan Casas de Encuentro Comunitario y en cuántos distritos está en funcionamiento”, 24/05/2018). Según señalaba la página web oficial de la provincia “cada Casa ofrecerá estimulación, nutrición, aprendizaje y contención de niños, mediante actividades educativas, deportivas, recreativas y culturales, articulados con padres y madres” (“Lanzamiento del programa Casas de Encuentro Comunitario”, 30/08/2017). Dentro de los requisitos para la construcción de la CEC se menciona la presencia de un/a referente u organización barrial. En Mar del Plata se ejecutaron dos obras, una en el barrio Nuevo Golf, finalizada en 2019 y articulada a partir del trabajo comunitario que realiza una referente en su comedor “Dulces Sonrisas” y otra en el barrio Las Heras, articulado mediante el trabajo territorial de la ONG “Cambio de paso”.
2 Los nombres de los diferentes actores que aparecen en el artículo fueron modificados con la intención de resguardar su identidad.
3 La empresa Cabo Corrientes SA pertenece a las distintas ramificaciones de la familia Peralta Ramos, fundadora de la ciudad de Mar del Plata. Como señala Núñez (2011), la fundación de Mar del Plata se origina sobre tierras privadas, mediante una excepción a la normativa vigente.

Recepción: 02 Junio 2021

Aprobación: 04 Octubre 2021

Publicación: 02 Mayo 2022

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