Dosier
Entre mapas y comunidades: experiencia e innovaciones en Cartografías Sociales
Resumen: El artículo aborda el desarrollo y aplicación de la Cartografía Social gaúcha o "de los encuentros" desde 2007, destacando su evolución y los aportes metodológicos en la construcción de mapas comunitarios. Esta forma de cartografía surge a partir de la colaboración interdisciplinaria entre geógrafos, trabajadores sociales, sociólogos, arquitectos y antropólogos, consolidándose como una herramienta fundamental en la planificación urbana, rural, la gestión ambiental y la implementación de políticas públicas. Se detalla cómo esta metodología se ha aplicado en diversas experiencias académicas y prácticas, favoreciendo la creación de "planos comunes” que integran las experiencias colectivas de las comunidades, superando la observación externa y buscando una implicación activa en la construcción territorial. Se enfatiza también en cómo el desarrollo de este tipo de cartografía social no pretende generar representaciones, sino que apunta a producir colectivamente. Se subraya la importancia del intercambio de saberes y la participación comunitaria, donde los propios sujetos sociales contribuyen a la creación de los mapas, visibilizando aspectos que las cartografías tradicionales suelen omitir. El artículo incluye una revisión de talleres realizados en diferentes contextos, desde áreas rurales hasta urbanas, donde se abordaron temáticas como el acceso a la salud, la memoria territorial, el ocio juvenil y diversas problemáticas sociales. Además de las aplicaciones prácticas, se resalta la importancia de los aportes teóricos y metodológicos que han enriquecido esta práctica a lo largo de los años. El intercambio con investigadores de América Latina, especialmente de Brasil, ha sido fundamental en la consolidación de la cartografía social, permitiendo la incorporación de nuevas herramientas como el derrotero, que facilita la traducción de objetivos cartografiables en capas visuales y conversacionales. El texto concluye señalando los desafíos futuros de la cartografía social, especialmente en su articulación con las tecnologías emergentes, como los sistemas de información geográfica y la inteligencia artificial. Sin embargo, se mantiene el énfasis en que la base de esta metodología sigue siendo la participación activa de las comunidades, asegurando que los mapas no solo reflejen realidades territoriales, sino que también las transformen y produzcan.
Palabras clave: Cartografía Social, Metodologías Colectivas, Patagonia, Innovación Metodológica, Geografía Comunitaria.
Between maps and communities: experience and innovations in Social Cartographies
Abstract: The article addresses the development and application of “gaúcha” or “encounter” Social Cartography since 2007, highlighting its evolution and methodological contributions in the construction of community maps. This form of cartography arises from interdisciplinary collaboration among geographers, social workers, sociologists, architects and anthropologists, consolidating as a fundamental tool in urban and rural planning, environmental management and the implementation of public policies. It details how this methodology has been applied in various academic and practical experiences, favoring the creation of "common plans" that integrate the collective experiences of the communities, overcoming external observation and seeking active involvement in territorial construction. It is also emphasized how the development of this type of social cartography does not aim to generate representations, but rather aims towards collective production. The importance of the exchange of knowledge and community participation is highlighted, where the social subjects themselves contribute to map creation, making visible some aspects that traditional cartographies usually omit. The article includes a review of workshops carried out in different contexts, from rural to urban areas, where topics such as access to health, territorial memory, youth leisure and various social problems were addressed. In addition to the practical applications, the importance of the theoretical and methodological contributions that have enriched this practice over the years is highlighted. The exchange with researchers from Latin America, especially Brazil, has been fundamental in the consolidation of social cartography, allowing the incorporation of new tools such as the route, which facilitates the translation of mappable objectives into visual and conversational layers. The text concludes by pointing out the future challenges of social cartography, especially in its coordination with emerging technologies, such as geographic information systems and artificial intelligence. However, the emphasis is maintained that the basis of this methodology continues to be the active participation of communities, ensuring that the maps not only reflect territorial realities, but also transform and produce them.
Keywords: Social Cartography, Collective Methodologies, Patagonia, Methodological Innovation, Community Geography.
Introducción
El objetivo de este artículo es comentar muy brevemente el desarrollo metodológico de la Cartografía Social gaúcha o “de los encuentros” desde 2007 y hasta la actualidad, basándome en la experiencia personal y colectiva adquirida, inicialmente en la Universidad Nacional de La Plata, en la cátedra de Trabajo Social I, y más tarde en el proceso transitado en Cátedra Libre de Cartografía Social en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. El método que presentamos, ha sido el resultado de un proceso continuo de colaboración con profesionales de disciplinas como la arquitectura, el trabajo social, la geografía, la sociología y la antropología. A lo largo de este recorrido, la cartografía social ha impactado tanto en la formación académica de geógrafos y trabajadores sociales, como en la investigación interdisciplinaria.
El enfoque colectivo, comunitario e implicado que comentaremos, ha mostrado su potencial en áreas como la planificación urbana y rural, la gestión ambiental y la implementación de políticas públicas en salud. Aquí también mencionaré algunos de los fundamentos teóricos que sustentan este tipo de cartografía “de los encuentros" o “gaúcha”1, que se caracteriza por ser una innovación de dispositivo metodológico dentro del marco las metodologías colectivas, con implicaciones relevantes no solo en la investigación, la enseñanza y la extensión de la geografía, sino también en otras ciencias sociales.
Hace casi 20 años, en una reunión de la cátedra de Trabajo Social I donde trabajaba como Ayudante Graduado, el titular: Alfredo Carballeda lanzó una pregunta clave: “¿Qué es eso la cartografía social?”. En ese momento, siendo el único geógrafo en un equipo mayoritariamente compuesto por trabajadores sociales, antropólogos y sociólogos; me sumergí en una investigación exhaustiva para entender mejor de qué se trataba. Esa búsqueda marcó el inicio de un interés creciente por los desarrollos metodológicos en cartografía social, que con el tiempo se enriqueció con aportes de diferentes vertientes de colegas latinoamericanos y de la geografía francesa.
En paralelo a mi formación y lo largo de las dos últimas décadas, la cartografía social se ha consolidado en América Latina, como una herramienta clave tanto para las ciencias sociales, como para procesos interdisciplinares. A través de su aplicación, hemos podido profundizar y plasmar, diversas experiencias, representaciones y producciones del territorio, generando “planos comunes” que integran la riqueza de perspectivas y reflejan la heterogeneidad de las realidades territoriales.
Lo que distingue a esta forma de hacer cartografía es que los investigadores, docentes, extensionistas y referentes sociales, no se limitan a observar o analizar el territorio, sino que participan activamente en un proceso de intercambio con las comunidades que lo viven.
Así, el enfoque transforma las investigaciones tradicionales, conectando profundamente las conclusiones y resultados con las voces y experiencias locales. De este modo, cartografía social no solamente opera en la escucha y visibilización de las comunidades, sino que las integra procesos de investigación como parte activa, para que sean parte de sus propias producciones discursivas.
A partir del impacto significativo de la cartografía social en la geografía de las últimas dos décadas, el campo continúa en expansión, demostrando su relevancia en la comprensión y transformación del territorio.
En el plano personal, comencé a trabajar con cartografía social en 2007, dentro de la cátedra de Trabajo Social I de la Universidad Nacional de La Plata, y a partir de esa pregunta disparadora de Carballeda. Después de un primer acercamiento teórico a través de textos clave de autores como Mansilla, Montoya Arango, Acselrad, los Iconoclasistas (Ares y Risler), y el grupo Nova Cartografía Social da Amazonia, empecé a trabajar esta metodología en proyectos de extensión e investigación de las Universidades de Mar del Plata (en el marco de la carrera de Geografía) y La Plata (en el marco de la carrera de Trabajo Social, Figura N°1). Estos proyectos interdisciplinarios se centraron inicialmente en localidades rurales de la provincia de Buenos Aires.
La cartografía social, históricamente, se perfiló como una herramienta crítica y descriptiva, orientada a visibilizar aspectos que las cartografías tradicionales no captaban. Para 2008, yo estaba trabajando en mi tesis doctoral sobre pequeñas localidades y políticas públicas en la provincia de Buenos Aires (Diez Tetamanti, 2018a), utilizando metodologías más convencionales como entrevistas, encuestas y análisis de datos sobre coberturas servicios públicos. Al mismo tiempo, observaba un movimiento social heterogéneo y muy interesante en pequeñas localidades de la provincia, como La Dulce, Pipinas, La Niña y Patricios, entre otras; donde se revitalizaban territorios comunitarios a través de prácticas artísticas como el teatro y el cine comunitario, poniendo de pie y en el centro de la escena asuntos relegados, como el abandono de los pueblos, el despoblamiento y la clausura de ramales ferroviarios.
Fue en este contexto cuando comencé a observar cómo el arte comunitario, podía cooperar con la producción de conocimiento académico, a partir del intercambio horizontal de conocimientos, saberes y experiencias, no solo entre generaciones, personas y grupos, sino también entre las experiencias producidas en cada localidad (Proaño Gómez, 2013). La cartografía social, como proceso colectivo y comunitario de creación de mapas, abría así la posibilidad de plasmar estas experiencias en formas visuales, permitiendo que las voces que usualmente no eran escuchadas tuvieran un espacio de producción propia. La creación de estos mapas colectivos, generaba una alegría sorprendente entre quienes participaban, convirtiendo el proceso en una celebración más que en una tarea, lo cual me entusiasmó enormemente y me impulsó a profundizar más en el método.
Uno de los primeros talleres que llevamos a cabo fue en el Instituto Nacional Agropecuario (INTA) de Barrow, Tres Arroyos, con estudiantes participantes de escuelas de San Francisco Belloc, Orense y San Cayetano, organizado por Javier Jáureguy, quien en ese momento era director de la Fundación La Dulce. Este taller se centró en explorar las formas de ocio de los jóvenes en contextos históricos, para poder compararlas y debatir y cuestionarnos qué había cambiado. Lo interesante de este ejercicio fue cómo permitió que diferentes nociones de tiempo y espacio confluyeran en un mismo mapa, llevando a los participantes a preguntarse por los cambios en el tiempo, en las prácticas cotidianas, comparando procesos históricos locales. Este tipo de taller, articulando, territorio, espacio, tiempo y memoria, fue paradigmático en mi formación, ya que evidenció el poder que tenía la cartografía social para generar conversaciones intergeneracionales y construir mapas que no pretendieran “representar” sino “producir” formas, textos e intercambios de ideas, conceptos, sobre las experiencias y transformaciones de sus habitantes.
En paralelo, las prácticas de los estudiantes de Trabajo Social I, en diferentes barrios de La Plata me permitieron aplicar la cartografía social a contextos urbanos, donde trabajamos sobre temas como el tiempo libre, el transporte, los modos de consumo y los conflictos comunitarios. Estos mapas resultaron en representaciones y producciones heterogéneas y reveladoras que trascendían la cartografía tradicional, brindando una mirada más compleja y rica de las dinámicas barriales.
No obstante, como momento clave en la producción metodológica de la Cartografía Social gaúcha, considero como uno de los más relevantes, al encuentro que tuvimos en Montevideo, en 2008, con Eduardo Rocha; arquitecto brasileño de la Universidade Federal de Pelotas. En ese año, se llevaba adelante el 5to Foro Internacional de Identidad y Memoria (2008), y llevamos a cabo un taller de cartografía social, que organizamos con Romina Fiorentino, arquitecta la Universidad Nacional de Mar del Plata y Natalia Díaz, socióloga de la Universidad Nacional de Córdoba, en el que exploramos, las experiencias diurnas y nocturnas en Montevideo. El encuentro y los intercambios con Eduardo Rocha fueron un punto de quiebre en cuanto a los aportes metodológicos, a partir del trabajo que venía realizando Rocha en relación a la "pesquisa cartográfica", una metodología brasileña influenciada por filósofos como Deleuze y Guattari, que implicaba una inmersión profunda del investigador en la experiencia de los otros. Este enfoque implicado de la investigación, me llevó a repensar mis prácticas y a adoptar lecturas que más adelante enriquecieron el abordaje de los talleres de cartografía social, como las de Suely Rolnik, Eduardo Passos, Deligni, Tedesco, Kastrup y otros; en el marco de una formación de posdoctorado que realicé en la Universidade Federal de Pelotas en 2014; año en el cual también comenzamos a formar la Cátedra Social en la Universidad Nacional de la Patagonia.
También ha sido clave la colaboración con colegas de la Universidad Nacional Costa Rica, como Iliana Araya y Lilliam Quirós, quienes han trabajado y participado un enfoque que combina la cartografía tradicional con las cartografías sociales. Esto me permitió ver cómo cartografías más tradicionales, como las geológicas o de riesgo (relacionadas con tsunamis, o terremotos, por ejemplo), pueden integrarse con perspectivas subjetivas locales y comunitarias, generando un diálogo entre las representaciones físicas del espacio y las experiencias territoriales de las comunidades. El trabajo con colegas en América Latina tanto de Costa Rica, como de Brasil, Venezuela, Colombia y Chile, ha ampliado las posibilidades de abordajes mediante cartografía social, permitiéndonos explorar modos de producción en términos de experiencias vividas con y sin el cuerpo, proyectando así un campo en constante construcción, que refleja la diversidad de quienes lo habitan y lo transforman.
También desde la geografía, pero cruzando el Océano Atlántico, otro aporte teórico – metodológico, muy importante, proviene de los intercambios en talleres y lecturas con la investigadora francesa Silvie Lardon, del INRAe (Instituto Nacional de Investigación sobre Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de Francia) de Clermont Ferrand, quien ha desarrollado desde la Geografía, metodologías participativas como el Juego en Territorio (Lardon, 2009). En conjunto con algunas lecturas de la geografía francesa, como la prospectiva, ha permitido que desarrollemos un tipo de cartografía social orientada al futuro, proyectando escenarios posibles sobre la base de las experiencias y conocimientos locales.
Desde una perspectiva teórica, la Cartografía Social, que venimos desarrollando desde la Cátedra Libre, se sostiene en los aportes de la filosofía de la diferencia, especialmente en las nociones de “territorio, territorialización, reterritorialización” y en el concepto de “rizoma” (Deleuze y Guattari, 1994). Este último, que incluye elementos como multiplicidad, calco y cartografía, constituye un marco central en la comprensión de la construcción territorial desde una perspectiva no lineal ni jerárquica. Estos conceptos, que he trabajado en artículos previos, permiten estructurar una cartografía que pone en el centro, a los sujetos sociales como actores clave en la producción de los mapas.
Lo que distingue nuestra forma de hacer cartografía social es precisamente este enfoque colectivo, comunitario e implicado, donde las nociones comunes y las denominaciones compartidas son guiadas por un proceso de co-construcción. Desde la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y la Universidade Federal de Pelotas, hemos desarrollado un marco metodológico que no solo ofrece pautas claras sobre cómo realizar cartografía social, sino que también articula una tradición de trabajo que hemos venido plasmando en diversos libros y artículos.
Aquí creo pertinente recordar una reflexión del filósofo argentino José Pablo Feinmann: la importancia de preguntarnos siempre "cómo se hace esto". Este interrogante ha guiado nuestro trabajo, no solo para sistematizar nuestras experiencias, sino también para ofrecer respuestas concretas sobre el cómo construir colectivamente, cómo dibujar mapas que visibilicen lo que la cartografía tradicional omite por selección de recurrencias, basadas en planos cartesianos arbóreos.
El marxismo también ha jugado un rol importante en la noción de territorio que acompañamos desde este tipo de Cartografía Social; particularmente a través de los aportes de autores como Milton Santos y David Harvey. Sin embargo, también recibimos una fuerte influencia del deconstruccionismo geográfico, especialmente de Brian Harley, que trae las ideas de Derridá a la geografía y nos invita a repensar la cartografía como un ejercicio de deconstrucción del espacio, a partir de las experiencias singulares de los sujetos. En esa línea, hemos encontrado en los situacionistas, particularmente en Francesco Careri (2009), un conjunto de herramientas potenciales, entre las cuales se destaca la metodología de la deriva (inicialmente trazada por situacionistas como Debord (1999). Esta metodología propone que el encuentro con lo no previsto y lo inesperado abre nuevas rutas y alternativas para la producción territorial. Esta idea se relaciona con las preguntas de Deleuze: ¿Qué sucede cuando nos encontramos con las cosas? La respuesta, siempre inacabada e imposible de sintetizar, es clave para comprender el carácter experimental y abierto de la cartografía social, que constantemente se encuentra con las cosas, como el geógrafo que explora o el niño que descubre y construye el mundo. Vale remarcar cómo para Deleuze, esta pregunta implica una reflexión profunda sobre el encuentro como un evento que no solo transforma nuestra percepción del mundo, sino que también redefine las relaciones que tenemos con él. No se trata simplemente de interactuar con un objeto, sino de experimentar una apertura hacia lo nuevo, lo inesperado y lo múltiple, lo cual genera nuevas posibilidades. Deleuze se distancia de una concepción representacional de las cosas, es decir, no busca capturarlas tal cual son, sino más bien explorar las fuerzas, las intensidades y los flujos que se ponen en juego en ese encuentro, esto último, clave para nuestra cartografía social.
Metodología aplicada
En términos metodológicos, ha sido muy importante el desarrollo del “derrotero” como elemento de traducción entre un objetivo cartografiable y el proceso práctico de mapeo o cartografía colectiva. El derrotero, como “una secuencia de aspectos cartografiables y referenciables con un orden escénico que puede ser sistematizada” (Diez Tetamanti, 2018b y 2018c) se presenta como un instrumento capaz de deconstruir un objetivo y dividirlo en diferentes capas o layers (como ocurre en los sistemas de información geográficos) que luego se yuxtaponen mediante un proceso intertextual que incluye conversación, dibujo, escritura y corpografías. Esto nos permite poner en juego diversos aspectos sobre un mismo plano, mapa u hoja en blanco, posibilitando un juego de textos entre múltiples representaciones a través de colores que reflejan asuntos, aspectos o problemas distintos. Así, cada capa de color está vinculada a una temática, una problemática o un fenómeno que es abordado por el grupo de cartógrafos que construye el mapa, y cada color está asociado también a un tiempo de mapeo.
Otro aspecto particular aplicado en nuestra Cartografía Social gaúcha, es el uso de hojas en blanco como base de los mapeos en los talleres. Esta particularidad nos introduce una problematización colectiva sobre las representaciones y la producciones de formas, dimensiones y contenidos a partir de nominaciones, invitando a los cartógrafos a participar en un proceso de creación que no solo reproduce las formas de los espacios conocidos, sino que también abre las puertas a nuevas y otras formas de representación en línea con el juego pendular de los 5° y 6° principios de cartografía y calcomanía en Rizoma (Deleuze, y Guattari, 1994, p. 6). Trabajar con una hoja en blanco rompe con la noción de un plano base preexistente, propio de la cartografía tradicional, que afecta inevitablemente los dibujos que puedan superponerse o yuxtaponerse sobre él. En la hoja en blanco, al no tener una referencia prediseñada, en los talleres de cartografía social, se fomenta la producción de formas basadas en las experiencias y representaciones singulares, colectivizadas en el dibujo. Por ejemplo, cuando proponemos "vamos a dibujar el barrio" o "dibujamos ideas para resolver el acceso a la salud en nuestra localidad", estas consignas se transforman en una experiencia de dibujo colectivo que produce una espacialización del territorio que refleja un orden territorial colectivo, a partir de una obra colectiva (el mapa).
También hemos considerado como un desarrollo metodológico importante para nuestras prácticas el trabajo "en el suelo" (Camels, 2004), lo que implica una circularidad y horizontalidad en la producción de mapas; convirtiendo al taller en una escena territorial y espacial, donde se manifiesta la disposición de cuerpos, obediencias, desobediencias, sumisiones o resistencias en el marco de diversos tipos de “orden” de los talleres. Esto puede leerse como un gran texto que circula entre voces, palabras, dibujos, cuerpos y la escena colectiva. Se crea un proceso de intercambios y significados que desemboca en una producción de intertextualidad, en términos de Julia Kristeva (1969) (Gutiérrez Estupiñán, 1994).
La participación comunitaria también es uno de los pilares fundamentales de la cartografía social, ya que las comunidades están implicadas en todo el desarrollo metodológico y práctico del dispositivo. Desde el enfoque que aplicamos, buscamos que tanto los objetivos de la investigación, el diseño del dispositivo como el “derrotero”, se definan en conjunto con la comunidad. No implicar a la comunidad en el diseño metodológico, el objetivo y del derrotero, generaría que importemos nociones, dimensiones, parámetros y conceptos de modo vertical a las comunidades; algo que iría en contra de los principios conceptuales y metodológicos de una investigación implicada, colectiva y comunitaria. El impacto de este enfoque ha sido muy significativo en todas las comunidades rurales y urbanas donde hemos realizado talleres. El involucramiento activo de la comunidad en la construcción de la metodología ha incrementado el interés y la participación en los proyectos. Esto lo hemos comprobado en intervenciones (Figura N°2) relacionadas con la salud rural, problemáticas de pueblos originarios, abordajes sobre salud pública, y también en cuestiones vinculadas al ecofeminismo y el género, entre otros temas.
Impactos y aplicaciones
En cuanto a los impactos de la cartografía social en el campo de la geografía, considero que su mayor contribución ha sido introducir un carácter implicado en la investigación. Para esto, nos vale recordar la figura del geógrafo en El Principito de Saint-Exupéry, que no explora ni participa del espacio que investiga; un agente externo que analiza datos sin contacto con lo sensible. La cartografía social, así como las expresiones de la geografía fenomenológica (Yi-Fu Tuan) las geografías culturales (Alicia Lindón; Perla Zusman); las geografías feministas (García-Ramón; Linda McDowell; Diana Lan); entre otras; incorporan lo sensible a partir de diversos modos de afectación en el proceso de producción de territorios, paisajes y relatos.
En términos de planificación territorial, tenemos varios ejemplos. Uno de ellos es el trabajo que realizamos con el Ministerio de Salud en la Patagonia Argentina, abordando la problemática de los partos en áreas rurales (Diez Tetamanti, Curti y Feü, 2023). A partir de estos talleres, pudimos analizar y aprender cómo las personas gestantes se desenvuelven en el territorio según sus propias experiencias. También desarrollamos importantes abordajes durante la pandemia de COVID-19, utilizando talleres de cartografía social para realizar diagnósticos comunitarios (Freytes Frey y Diez Tetamanti, 2021). Estos talleres nos permitieron analizar los cambios en el acceso a la salud pública, y diseñar estrategias colectivas que visibilizaran problemas y soluciones que pudieran ser adoptados en diferentes políticas públicas Peirano, Pecheny y Carli (2023).
También, hemos trabajado en la zonificación de usos costeros, lagunas, áreas protegidas, en la reivindicación de tierras de pueblos originarios (Errotabere, Cádiz, Abarzua, Aguirre, y Diez Tetamanti, 2023), y en la puesta en valor de espacios históricos o de memoria, entre otros. Además, hemos desarrollado derroteros sobre territorios más subjetivos o sensibles, como las problemáticas relacionadas con tesis académicas, diferencias en la cotidianidad territorial por géneros o grupos sociales, etc. La cartografía social se ha convertido en una herramienta que las políticas públicas han comenzado a utilizar para aprender de las prácticas comunitarias (Alonso, Diez Tetamanti y Blanco Esmoris, 2022).
En este marco, considero que los desafíos de la cartografía social en el marco de la geografía, hacia el futuro tendrán que ver con su articulación con los sistemas de información geográfica (GIS). Creo que este desafío es tanto para la cartografía social como para los propios sistemas GIS, que necesitan adaptarse a enfoques más sensibles y colectivos y que integren la noción de multiplicidad territorial. Otro reto será integrar la inteligencia artificial en la interpretación y cooperación para producir conclusiones emergentes de los procesos de cartografía social.
La cartografía social implica diseños y abordajes singulares para cada grupo que participa en su creación. No hacemos hincapié únicamente en las recurrencias y repeticiones, sino que nos interesa, sobre todo, aquello que escapa a estos patrones. Este enfoque se basa en la idea de cartografía como un proceso que resalta lo no repetitivo, lo singular. Sin embargo, este enfoque presenta dificultades para ser sistematizado a través de software o inteligencia artificial.
Actualmente estamos desarrollando nuevas herramientas metodológicas como los “sociocartogramas” y las “biocartografías” (Diez Tetamanti y Sosa, 2024). Estas metodologías se basan en la estructuración de derroteros que dividen aspectos en colores y tiempos diversos. Los sociocartogramas, por ejemplo, se articulan con entrevistas, mientras que las “biocartografías” se construyen a partir de la producción de biografías singulares que se ponen en conversación con diferentes sujetos. Estos desarrollos metodológicos colectivos se enriquecen a partir del encuentro con otros modos de hacer, abriendo nuevas posibilidades para estructurar mapas y textos que favorecen el intercambio de ideas y la reflexión sobre el territorio.
Frente a los desafíos territoriales actuales, la cartografía social tiene un papel crucial. Permite la intervención en los mapas tradicionales, pero con un enfoque sensible y subjetivo que refleja las voces de los sujetos sociales que habitan, producen y resignifican el territorio. Esto es esencial para entender y abordar las problemáticas territoriales desde una perspectiva inclusiva colectiva y horizontal.
En este sentido, quisiera abordar tres nociones que considero clave tanto para el trabajo en cartografía social como en el abordaje de cualquier investigación implicada: “yuxtaposición”, “adición” e “individuación”. que se relacionan con cómo las escuelas de cartografía social en la Latinoamérica abordan los mapeos; estos pueden ser participativos, colaborativos, colectivos, comunitarios, o implicados, o bien tener características compartidas.
En primer lugar, está la investigación colaborativa, un proceso en el que los investigadores trabajan conjuntamente. En paralelo, tenemos la investigación participativa, donde las personas involucradas participan activamente en diversas fases del proceso: diseño, implementación o análisis. Si bien esto promueve una mayor democratización y una escucha más activa y equitativa, persiste una diferenciación clara entre los roles de investigadores e investigados (Fals Borda, 2009). Aun así, el proceso de individuación sigue presente, ya que se destacan las particularidades de cada participante, siendo el investigador quien las pone finalmente en diálogo.
Por otro lado, es fundamental avanzar en la discusión sobre la investigación colectiva y comunitaria, donde la comunidad es el centro del proceso de generación de conocimiento (Jiménez, 2019) (Diez Tetamanti, 2014). Aquí, los investigadores actúan como facilitadores, y los objetivos del proceso están alineados con las intenciones de la comunidad. Aunque la investigación colectiva no es lo mismo que la comunitaria, ambas comparten el intercambio de objetivos entre investigadores y comunidad en planos comunes de abordaje. En estos procesos, la división de tareas y productos es menos relevante, ya que se privilegia el trabajo colectivo y consensuado en todas las etapas: desde los dispositivos de campo hasta la sistematización y los resultados.
En cuanto a la investigación implicada (Bedin Da Costa, 2019), los investigadores no solo observan, sino que se consideran parte activa del mundo que estudian. Esta postura intenta superar el problema hermenéutico de la investigación social, donde los significados de conceptos asignados por investigadores e investigados pueden entrar en conflicto. En la investigación implicada, este intercambio conceptual está en constante juego y cambio, lo que permite una mayor integración entre las diferentes perspectivas de quienes participan en el proceso.
En contraste, los procesos más participativos o colaborativos tienden a la adición o superposición de capas y narrativas, sin necesariamente estar en diálogo comunitario. En estos casos, el investigador es quien decide cómo complementar o poner en diálogo las diferentes capas. La diferencia clave entre estos enfoques y la investigación comunitaria, colectiva o implicada es que, en estos últimos, la yuxtaposición y el diálogo surgen directamente del proceso de abordaje y a partir de la propia comunidad.
En este sentido, considero que es esencial seguir profundizando en estos enfoques para poner en diálogo los saberes con estructuras metodológicas horizontalizantes. No se trata de colocar a aquellos sujetos que tienen credenciales académicas en un lugar privilegiado al final del proceso de producción, sino de asegurar que, como en la investigación comunitaria, todo el proceso o la mayor parte de él, esté en manos de la comunidad.
Conclusiones
Considero que en el futuro habrá muchos aportes en torno a las experiencias posibles que articulen diversas herramientas dentro de los talleres de cartografía social. Estas herramientas no solo incluirán a la inteligencia artificial y los sistemas de información geográfica, sino también innovaciones provenientes de la filosofía, la psicología y la sociología que complementen textos para ponderar lo singular. Estas disciplinas aportarán nuevas formas de pensar, lo que permitirá producir planos comunes. Resulta llamativo seguramente cómo este tipo de cartografía enfatiza lo singular, pero en un plano colectivo y comunitario. En ese sentido, lo heterogéneo justamente se plantea sobre los intercambios posibles, sobre las conversaciones que nos conviertan a partir de poner en el cuerpo y en textos colectivos, posibilidades, modos de hacer y experiencias de otros.
También, y como en todo desarrollo metodológico, es crucial aceptar el error, equivocarnos, y escribir permanentemente sobre nuestros desarrollos metodológicos, para después volver a los talleres, repensar cómo fueron llevados a cabo y rehacer con nuevos instrumentos. De esta forma, podremos aprender colectivamente y académicamente tanto de nuestros errores como de nuestros aciertos. Solo así lograremos construir una ciencia y una geografía verdaderamente comunitaria, siempre en íntima y permanente conversación con la comunidad.
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Notas
Recepción: 18 septiembre 2024
Aprobación: 25 septiembre 2024
Publicación: 01 noviembre 2024