Artículos
Entre el sueño de “la casa propia” y el emprendedorismo popular. La autoconstrucción en un barrio popular de la periferia urbana de La Plata
Resumen: Basado en un estudio de caso sobre un barrio popular de la periferia urbana de la ciudad de La Plata, el artículo analiza las prácticas que despliegan sus pobladores para construir y habitar sus casas. El trabajo tiene un diseño metodológico mixto, que combina técnicas cualitativas (entrevistas y observación participante) y cuantitativas (el análisis de registros censales realizados en el barrio). Se parte de la caracterización de un modo de habitar popular definido como “autoconstrucción”, en el marco de un urbanismo no planificado y desarrollado en la informalidad. Desde esta descripción, se sistematizan y presentan una serie de prácticas residenciales emergentes de estas situaciones: a) las prácticas de “domesticación” del espacio urbano, b) de “consolidación” de la casa y c) de “acomodación” de estos espacios a nuevos usos. Con ello, se aspira a una comprensión profunda de las tramas materiales y culturales que, como un orden continuado, recrean el universo de lo doméstico en el mundo popular contemporáneo y modelan proyectos personales y familiares significativos.
Palabras clave: Casa popular, Prácticas residenciales, Autoconstrucción, Habitar doméstico, Emprendedorismo popular.
Between the dream of “one’s own home” and popular entrepreneurship. Self-construction in a popular neighborhood in the urban periphery of La Plata
Abstract: Based on a case study of a popular neighborhood on the urban periphery of the city of La Plata, the article analyzes the practices that its residents deploy to inhabit their homes. The study has a mixed methodological design, combining qualitative techniques (interviews and participant observation) and quantitative techniques (analysis of census carried out in the neighborhood). The starting point is the analysis of a popular way of living characterized as “self-construction”, within the framework of an unplanned urbanism developed informally. From this description, a series of residential practices emerging from these situations are systematized and presented: a) practices of domestication of urban space, b) consolidation of the house and c) accommodation of these spaces to new uses. With this, we aspire to a deep understanding of the material and cultural weave that, as a continuous order, recreates the universe of the domestic in the contemporary popular world and model significant personal and family projects.
Keywords: Popular house, Residential practices, Self-construction, Domestic living, Popular entrepreneurship.
Introducción
En septiembre de 2021, el entonces Ministerio de Desarrollo Social del gobierno nacional lanzó el programa “Mi Pieza”, un programa de créditos destinados a ofrecer asistencia económica para el mejoramiento o la ampliación de viviendas en barrios populares en el contexto de postpandemia. El programa, síntoma de una extendida precariedad social y de existencia efímera, visibilizó una arraigada forma de relación de las clases populares con la vivienda: la autoconstrucción. En tanto proceso prolongado de edificación de la casa al tiempo que se la habita, esta práctica remite a una habitual modalidad popular de acceso al sueño de “la casa propia” en contextos de informalidad. Pero a la vez, adicionalmente, la autoconstrucción contemporánea en ocasiones se torna una táctica de obtención de recursos más o menos novedosa. “La casa”, parcialmente transformada en kiosco de barrio o en inquilinato, en merendero popular o en taller textil a destajo, se vuelve eje de estrategias de sostén de la vida, que articulan el “tradicional” cuentapropismo de la informalidad popular con las reverberaciones de una “cultura emprendedora” individualizante, de cuño neoliberal más reciente y de impulso ubicuo (Canelo, 2019; Aliano, 2019; Gago, 2021; Nougués y Salerno, 2022). Partiendo de un estudio de caso –un barrio autoconstruido del Gran La Plata–, en este artículo nos enfocamos en caracterizar la especificidad de las prácticas residenciales contemporáneas derivadas de esta forma de acceso a la casa y, sobre todo, del uso de ella.
En la Argentina, el estudio de la vivienda popular ha estado recurrentemente asociado, por un lado, a la caracterización de las “condiciones de vida” de las clases populares en general y de los segmentos en situación de pobreza en particular. Por otro lado, se ha orientado al análisis de “lo doméstico” y, en ese marco, hacia aspectos como los modelos de familia y los roles de género en el hogar. Sin embargo, entre el examen de las “condiciones materiales de vida” y el análisis de las “dinámicas vinculares del hogar”, el estudio de las prácticas residenciales –las formas de constitución y uso de la casa por sus habitantes- se ha tendido a difuminar como objeto con especificidad propia. ¿Qué tipo de prácticas residenciales se elaboran en condiciones signadas por la precariedad habitacional? ¿Cómo producen el espacio de “lo domestico” las clases populares? ¿Qué prácticas se modelan a la luz del prolongado proceso de “autoconstrucción” de la vivienda? Desde estos interrogantes, el artículo sitúa su objeto de análisis en las prácticas que emergen de los usos de las materialidades de la vivienda –las disposiciones espaciales, las características constructivas de la casa y la forma que adoptó el proceso mismo de construcción de la vivienda– en un barrio popular de la periferia urbana. Entre las condiciones de vida materiales y los usos, la indagación propone reconstruir ciertas prácticas y regularidades que caracterizan el habitar contemporáneo en entornos populares.
En el plano metodológico, el trabajo se vale de un registro cualitativo de entrevistas en profundidad y experiencias de observación participante realizadas en el barrio José Luis Cabezas (Gran La Plata), a partir del año 2019. Entre otros aspectos, estos registros estuvieron orientados a captar (a) trayectorias y experiencias residenciales y (b) lógicas de construcción de las casas en el conjunto del espacio barrial. Complementariamente, se recuperan los resultados de un censo realizado en el año 2022 en el barrio (que a su vez constituye una reedición de un sondeo anterior, del año 2017), en el marco de la participación en un proyecto colectivo de investigación que sitúa su campo en el barrio.1
En el censo, una de las dimensiones abordadas remite a un conjunto de variables asociadas a las condiciones de vida de los hogares que recuperaremos en el análisis (tipo de vivienda, materiales constructivos utilizados, etc.). Esta articulación metodológica cuantitativa/cualitativa permitió, en un plano analítico, articular una dimensión estructural (de las condiciones de vida) con otra asociada a las prácticas (residenciales).
El argumento se organiza en tres secciones. La primera de ellas sitúa el artículo en el marco del debate contemporáneo en torno a la casa popular y su habitar. La segunda sección avanza en una caracterización del barrio que será objeto de análisis en profundidad, en tanto “caso típico” (Flyvbjerg, 2004) de un patrón residencial extendido. La tercera sección aborda y analiza tres tipos de prácticas residenciales emergentes en este patrón: a) la “domesticación” del espacio; b) la “consolidación” de la vivienda, y c) la “acomodación” permanente de los ambientes de la casa. Por último, en las reflexiones finales se sistematizan los principales aportes del trabajo.
La casa popular en las agendas latinoamericanas recientes
La casa popular ha sido objeto de diversas preocupaciones en Latinoamérica, tanto en el plano de las políticas públicas sobre el hábitat como en las ciencias sociales. En este marco, a su vez, fue insistentemente señalada la presencia de un imaginario gravitante sobre el acceso a la vivienda en la moralidad de las clases populares, condensado en el sueño de “la casa propia” (Aboy, 2005; Lindón, 2005). Por estas cuestiones, la indagación en torno a la casa popular en la región dista de ser un asunto novedoso. Sin embargo, asociado a una reciente renovación de las agendas de investigación, el problema ha comenzado a adquirir nuevo impulso entre las preocupaciones académicas en el contexto latinoamericano. Factores diversos como el auge de enfoques teóricos que restituyen agencia a las cosas (Miller, 2001; Ingold, 2005; Latour, 2008) o el impacto reciente de la pandemia en el habitar doméstico han contribuido a traccionar esta renovación, configurando programas de investigación emergentes, en diálogos fecundos con las tradiciones locales.
En el marco de los estudios urbanos en México se ha desarrollado en las últimas décadas un prolífico campo de indagación en torno al habitar la vivienda popular. Estos estudios se enfocaron en la vivienda manteniendo una preocupación por captar la especificidad de las realidades urbanas latinoamericanas, conformando un cúmulo de desarrollos empíricos y conceptuales que condensan en la propuesta de una “sociología de la vivienda” (Zamorano, 2007) pensada desde la ciudad latinoamericana. En este marco, uno de los temas de indagación regular ha sido el de los vínculos entre vivienda y pobreza. Preocupadas por el estudio de las estrategias de supervivencia en contextos de pobreza, hacia fines de la década del noventa una serie de investigaciones se orientaron a explorar los usos y significados de la vivienda popular como dimensión de esas estrategias (Bazán, 1999; Villavicencio, Durán, Esquivel y Giglia, 2000; Moser, 2010).2
Otro de los temas de indagación ha sido el de los fenómenos asociados de la autoconstruccióny la informalidad como rasgos del urbanismo popular. En esta línea se indagó sobre las lógicas del habitar la vivienda popular como un proceso en interacción compleja con los cambios familiares, las coyunturas económicas y las tramas culturales locales (Zamorano, 2004; Giglia, 2012). Sobre la base de sus investigaciones, Ángela Giglia (2012) sistematiza, grosso modo, dos formas de relación contemporánea de los habitantes con la vivienda popular: “una consiste en ir habitando (y ordenando) la vivienda conforme se procede a su construcción (como sucede en el caso de la vivienda de autoconstrucción). La otra concierne más bien al ir a habitar (y ordenar) una vivienda ya construida” (2012, p. 20). Estas formas tendrían su traducción en procesos históricos concretos: “el hábitat construido propio de la ciudad informal” y “las máquinas para habitar inspiradas en el funcionalismo arquitectónico” (2012, p. 22; cursivas en el original). La autora destaca que en cada caso se despliegan distintas relaciones con el espacio habitable: en el primero de ellos, las condiciones de la habitabilidad son producidas por los propios habitantes, quienes modelan sus necesidades en interacción con el espacio. Bajo la otra dinámica, el uso del espacio tendrá que acomodarse a un diseño previo en el cual no se ha intervenido.
Por otra parte, podemos encontrar en la antropología urbana brasileña otro polo de producción activa en torno al estudio de la vivienda popular. El tema es objeto de un dinamismo tal que una serie diversa de exploraciones contemporáneas (Cavalcanti, 2009; Motta, 2014; Dumans Guedes, 2017; Cortado, 2020; entre otros) se inscriben en lo que se definió como una “nueva antropología de la casa” (Dumans Guedes, 2017; Cortado, 2020). En este marco, uno de los aspectos de la renovación se asocia a enfatizar en el carácter procesual y mutable de la producción material y simbólica de la casa. Estos autores coinciden en cuestionar la visión de las viviendas en tanto objetos fijos, y convergen en pensarlas como procesos dinámicos y como operadores activos de cambios en sus residentes.
Con énfasis diferenciales vinculados a tradiciones teóricas y estilos de trabajo diferentes –en México, asociados al uso de la entrevista en profundidad y longitudinal; en Brasil, privilegiando la observación participante y la descripción etnográfica-, estos desarrollos han convergido en una mirada procesual en torno a la vivienda popular. Esta mirada concurrente buscó captar la mutabilidad de los espacios físicos domésticos y la multiplicidad de dinámicas habitacionales asociadas a ello.
En el contexto argentino, en cambio, el interés por analizar los usos y apropiaciones de la casa como realidad física presenta un recorrido algo más fragmentario y de impulso más reciente. La bibliografía que primeramente abordó el espacio de la vivienda fue aquella asociada a la sociología de la familia antes que a la de los estudios urbanos. Este cuerpo bibliográfico, sin centrarse específicamente en la casa como materialidad y en el habitar como acción, se focalizó en captar las transformaciones en el plano de la familia y, especialmente, en visibilizar el trabajo y el ciclo de vida femenino a partir de recuperar sus experiencias domésticas (Geldstein, 1996; Jelin, 1998; Wainerman, 2005). Asimismo, existe una profusa bibliografía que ha estudiado los efectos sociales de las políticas habitacionales recientes (por ejemplo, la serie de estudios reunidos en Cravino, 2012 y en Rodríguez y Di Virgilio, 2011, entre otros). Dentro de esta producción, cabe destacar aquellos trabajos que analizaron “estrategias habitacionales” implementadas por familias de sectores populares en el área metropolitana de Buenos Aires (Cravino, 2008; Di Virgilio y Gil y de Anso, 2012). Estos trabajos, relevantes para la comprensión del habitar popular, están, sin embargo, orientados por otras dimensiones, objetivos y escalas de análisis, más enfocados en el análisis de las políticas residenciales para las clases populares y en las interacciones de diversos actores con el Estado.
En este cuadro, sin embargo, en los últimos años algunos trabajos comenzaron a abordar desde perspectivas cualitativas diversas experiencias de habitar el espacio doméstico en los sectores populares. A partir de distintos objetos empíricos asociados a hábitats populares (hoteles-pensión, casillas y casas consolidadas en villas y barrios populares), estas investigaciones han abordado el habitar doméstico delineando algunos núcleos analíticos: la constitución de disposiciones corporales y emocionales en condiciones de precariedad habitacional (Míguez, 2002; Marcús, 2007; Aliano, 2019 y 2021a); la elaboración de la agencia individual y colectiva (Aliano, 2021b; Oriolani, 2021; Pacífico, 2022); la percepción del riesgo y la inseguridad (Segura, 2018) y, más recientemente, los efectos del aislamiento en contexto de pandemia (Aliano, 2021c; Aliano, Pi Puig, Rausky y Santos, 2022; Segura y Caggiano, 2021; entre otros). Aunque orientadas por intereses diversos, estas investigaciones han avanzado en las especificidades de los procesos en los cuales se modela el habitar popular. Asimismo, han comenzado a plantear diálogos fecundos con los estudios latinoamericanos referidos previamente. En esta bibliografía hay una misma mirada de la casa en su dimensión procesual y actancial -antes que como un escenario pasivo o una unidad familiar aislada-. Desde esta perspectiva, a continuación, avanzaremos en el análisis de un patrón residencial específico, a partir de un entorno urbano concreto.
Un barrio autoconstruido
El barrio José Luis Cabezas se encuentra en el aglomerado urbano del Gran La Plata, ubicado en la intersección entre los municipios de La Plata, Berisso y Ensenada (pertenece administrativamente a este último). El barrio fue poblado a mediados de la década de 1990, cuando un grupo de familias inició la toma de los terrenos, como expresión de un proceso de urbanización no planificado. Actualmente, está conformado por una población de alrededor de 700 personas -que integran unos 200 hogares-. Al analizar las trayectorias residenciales de algunos de sus pobladores más antiguos, se advierte un patrón residencial descripto como “autoconstrucción”. Por ello se entiende una forma de habitar la ciudad mediante un proceso prolongado: los pobladores se instalan en predios sin infraestructura, constituyen allí sus viviendas en principio precarias, y luego de varios años logran consolidarlas o terminarlas (Giglia, 2012).
Las viviendas del barrio se distribuyen en el espacio local de una manera abigarrada, sobre tres calles zigzagueantes que se conectan formando una “H” irregular. Las clasificaciones nativas distinguen una parte “de adelante” del barrio y el “fondo”. En la parte “de adelante”, las calles son más anchas -posibilitan el ingreso de autos- y se encuentran a la vez cruzadas por estrechos pasillos, que separan construcciones de diferentes alturas y planos sobrepuestos. La mayoría de estas construcciones alcanzan de dos a tres plantas, a las que se accede por escaleras exteriores. En esta parte predominan edificaciones en mampostería; es la zona más antigua del barrio y, en consecuencia, también la más consolidada en términos constructivos. Allí se concentran, además, los inquilinatos, piezas y departamentos de alquiler, que se edificaron en sucesivas etapas, generalmente como expansión o anexo de viviendas particulares. Estas piezas se encuentran luego de atravesar angostos pasillos hacia el fondo de la vivienda principal, tras subir escaleras hacia los pisos superiores, o –la situación más frecuente- luego de transitar una combinación de pasillos y escaleras intrincadamente sobrepuestos. En esta zona también se concentran los mercados y negocios del barrio (despensas, kioscos, verdulerías, un restaurante). Estos negocios también están, en mayor o menor medida, integrados a la casa del propietario. En ningún caso se conciben como “locales comerciales” sino que constituyen una parte de la vivienda -en algunos casos, de modo eventual; en otros, más permanente- dispuesta para tal fin.
La calidad constructiva de las viviendas que componen “el fondo” es sensiblemente inferior a la de las de adelante. Aquí predominan las casillas precarias, confeccionadas en una planta, con madera o chapa, y es excepcional e incipiente el proceso de consolidación de algunas de estas viviendas con otros materiales más perdurables, como concreto y ladrillo. A diferencia de la otra zona, en esta hay menos viviendas con actividad comercial, aunque poco a poco algunas de ellas están comenzando a desarrollarla.
Más allá de estos contrastes, el barrio en su conjunto, así como las casas que lo componen, presenta rasgos y problemas compartidos en torno a la precariedad de las viviendas, la falta de planeamiento del proceso de urbanización, la anegabilidad de la zona cuando llueve intensamente y la deficiencia en el acceso a servicios básicos. La imagen del barrio es de un permanente “estado en obra”: casas que se expanden hacia arriba o hacia sus fondos, casillas que se emplazan al lado de otras o que reemplazan parcialmente sus materiales por otros de mejor calidad; escaleras, tapiales y pasillos que van surgiendo para conectar o dividir en función de necesidades constructivas en curso; bolsones de arena y palets de ladrillos que se desperdigan sobre la calle. Las obras tienen ritmos disímiles: algunas se inician y se concluyen rápido, otras avanzan más lentamente; otras (la mayoría) se paralizan en algún punto, durante años. Todo ello contribuye a esta imagen de inacabamiento y mutación permanente del espacio local (ver “ Imágenes del barrio en estado de obra permanente”, figuras 1, 2, 3, 4, 5 y 6).
Los datos arrojados por el censo realizado en la comunidad (Ortale y Rausky, 2023) ayudan a precisar y mensurar esta descripción basada en la observación y la presencia directa en el barrio. En relación con los “tipos de vivienda” identificables, el censo ha arrojado los siguientes datos: el 65 % de los hogares viven en “casa”; el 15,6, % en “casilla” y el 11,5 %, en “departamento”. Asimismo, un 7,8 % de los hogares que componen el barrio residen en pensiones o inquilinatos. Estos porcentajes se han modificado respecto de la situación del mismo barrio seis años atrás: por entonces, por ejemplo, el 56,5 % vivía en casa (8,5 puntos porcentuales menos que en la actualidad), el 16 %, en casilla (0,4 puntos porcentuales más que en la actualidad) y el 18 %, en piezas de inquilinato (10,2 puntos porcentuales más que actualmente). Estos datos refuerzan la descripción anterior, y muestran un lento proceso de consolidación del espacio local.
En cuanto a los materiales que predominan en el exterior de las casas, el 81,2 % de los hogares manifestó tener mampostería (ladrillos, bloques, paneles, etc.) en las paredes exteriores de sus viviendas, y el 74,5 % expresó contar con revoque o revestimiento externo en estas paredes. El material de los techos predominante es la cubierta de baldosa o losa (39,1 %) –que permite construir encima- y en menor medida, la chapa de metal (37,5 %). Acerca de los interiores, poco más de la mitad de los hogares cuenta con revestimiento interior y/o cielorraso (54,7 %) y con piso revestido –cerámica, baldosa, mosaico, etc.- (57,3 %). Estos datos, si bien indican deficiencias marcadas en relación con la calidad constructiva de las viviendas, también representan una leve mejoría relativa frente a la situación del barrio reflejada en el censo previo. Es decir, evidencian un lento proceso de “consolidación” del espacio urbano, traccionado por la propia acción de sus habitantes. En la próxima sección nos centraremos en una serie de relatos sobre el proceso constructivo y los usos de la casa por parte de un conjunto de pobladores del barrio.
Prácticas residenciales: domesticar, consolidar, acomodar
Tres operaciones más o menos sucesivas —“domesticación”, “consolidación”, “acomodación”— emergen de las descripciones de la autoconstrucción de la casa como desarrollo inacabado y prolongado en el tiempo. En este sentido, la autoconstrucción no es sólo una estrategia de acceso a la casa propia; también constituye una forma particular de habitarla viviendaen el decurso mismo de su realización. De modo que, más que por su resultado, cabe analizar la autoconstrucción contemporánea como proceso y como práctica residencial.
“Domesticar” el espacio urbano
Los relatos fundacionales del barrio en general y de las casas en particular remiten a una verdadera lucha por la “domesticación del espacio” (Giglia, 2012) para volverlo habitable. En este sentido, las experiencias de radicación tienen lugar en un cuadro de ausencia de condiciones de infraestructura urbana mínimas, y suponen la coexistencia prolongada con la falta de servicios públicos básicos. Servicios e infraestructuras que deberían ser parte de las “condiciones” para la radicación en realidad se constituyen en el decurso mismo del desarrollo no planificado del barrio. Consecuentemente, el espacio de “lo doméstico” no es un a priori a partir del cual se despliegan las prácticas residenciales. Los relatos dan cuenta de que la “domesticación” del espacio –en tanto producción de un orden previsible y familiar- constituye un conjunto de operaciones fundantes necesarias de los hogares para volverlo habitable.
Giglia (2012) destaca que la construcción y reproducción de la domesticidad remite a una relación entre un sujeto -individual o colectivo- y un entorno físico, en tanto realidad material. En este cuadro, plantea que “no todos los espacios se dejan domesticar de la misma manera” (2012, p. 17), pues hay espacios más dóciles a la domesticación que otros. En esta clave, Graciela, una vecina de la parte de “adelante” del barrio, refería:
Esto era una selva… ratas, culebras, plantas: de todo había acá. El que quería un terreno había que limpiar. Juntamos basura, cortamos plantas, quemamos cosas y antes de pagar otro mes en la pensión, nos mudamos. No teníamos plata para comprar una casilla, pero nos fuimos a la de un vecino a cuidársela y así también cuidábamos nuestro terreno de que lo ocuparan. Así nos íbamos cuidando. Ese día llovió torrencial y en la casilla se llovía todo. Esa noche la pasé metida en un placard chiquitito que había y Víctor [su cónyuge] tapado con un plástico. Víctor decía: “Ves, ¿para qué hemos venido hasta acá?”. “No importa”, decía yo, “de esto va a surgir algo. Esto va a ser otra cosa”.
Los relatos fundacionales destacan el esfuerzo y la solidaridad entre vecinos para el cuidado mutuo de los terrenos y las casillas (ante el riesgo de eventuales ocupaciones), para el préstamo de materiales y el intercambio de tareas en el proceso de autoconstrucción, o para el reclamo por la llegada de servicios urbanos como la red de agua, de electricidad o de recolección de residuos. En un sentido similar al del testimonio anterior, Norma, otra vecina de la misma zona, evoca los primeros momentos de la construcción en el barrio reponiendo el tono emotivo de dicha experiencia desde un sentimiento de vulnerabilidad. “Acá había ratas, tierra; llovía y no se podía salir. La casilla donde estaba era de madera, de madera vieja. Y acá pasaban los chorros corriendo”- refiere Norma-, “y mi casilla era de madera, o sea que de una patada la podían tirar”.
Lograr domesticar el espacio y establecer una vivienda otorga lo que Giddens (1997) denomina “seguridad ontológica”: un reparo y un “refugio” frente a las contingencias de la vida social y natural. Esto se aprecia en el relato de Norma, pero también, sobre todo, en los relatos de aquellas personas que sienten que no tienen dicha seguridad garantizada. Estela, una de las vecinas “del fondo”, expresa este sentimiento de vulnerabilidad al describir algunas experiencias por las que atraviesa actualmente. La casilla en la que vive con su hija tiene paredes de madera, y ella explica que en algunos días el agua y el viento se filtran por los espacios entre las maderas, y el piso se inunda. En su caso, el sentimiento de vulnerabilidad asociado a las condiciones de habitabilidad afecta a la propia identidad en un sentido literal. Estela cuenta que tiempo atrás, tras un incendio que afectó a esa casa y a las contiguas, perdió todos los papeles y documentos que había en la vivienda: su Documento Nacional de Identidad y los papeles que le otorgaban la patria potestad sobre su nieto. El caso de Estela visibiliza los efectos subjetivos que provoca el no tener resuelta la situación residencial y vivir en una casilla no consolidada. Ello conduce a cierta dificultad para proyectar el propio futuro y una vida personal y familiar a largo plazo:
Yo le digo a mi hija: “¿El día que consigas una pareja dónde voy yo?”. Porque yo siempre trabajé con cama adentro; entonces nunca tuve eso de tener mi casa. Pero ahora que David está creciendo, me doy cuenta que necesito un espacio, para él y para mí (…). Varios me dicen “Pero, Estela, tienes que buscar lo tuyo”, porque saben que paro aquí, paro allá… Yo le digo a mi hija: “El cuarto ya me queda chiquito, David ya creció, y tu casa es también chiquita”. Yo tengo que ver en un futuro algo para David y para mí, porque él va creciendo.
El caso de Estela destaca y visibiliza, desde el contraste, algo que en otras trayectorias está parcialmente resuelto: el acceso estable a la vivienda como base para contener la incertidumbre y otorgar confianza y seguridad. La incertidumbre de su situación se traduce en dificultad para planificar su propia vida, a la vez que en una necesidad de sostener arreglos inestables con sus familiares (fundamentalmente, su hija) y sus vecinas.
“Consolidar” la casa
En las historias de las casas se destaca un prolongado y arduo trabajo de consolidación de la casilla original –hecha de chapa o madera- y su transformación en casa, con materiales más perdurables y de mejor calidad. En el proceso de autoconstrucción en favelas cariocas, Cavalcanti (2009) ha observado que el pasaje “do barraco a casa”, que implica la consolidación de la vivienda, tiene potentes efectos en las experiencias y expectativas de los moradores. En nuestro caso, y de un modo similar a lo observado por Cavalcanti, el pasaje de “la casilla a la casa” constituye un hito de las experiencias residenciales y un punto organizador de los relatos.
De todas formas, más allá del hito que representa este tránsito, hay que concebir el trabajo de consolidación como un accionar duradero, que suele asumir la forma –retomando la figura propuesta por Cortado (2022)- de un prolongado “bricolaje infraestructural”. Cortado entiende por ello la actividad de construcción caracterizada por “el aprovechamiento no-planeado de infraestructuras existentes, o por el uso de materiales no concebidos para ese fin” (2022, p. 137). Retomando la figura del bricoleur de cuño levi-straussiano para analizar las prácticas constructivas en las favelas brasileñas (simétricas en este punto a las identificadas aquí), el autor pone atinadamente el énfasis en el carácter cotidiano, continuado y no proyectado que asume esta actividad.
Derivado de este proceso de consolidación progresiva de la casa, emergen diversos proyectos de los hogares,3 que se dinamizan una vezque los moradores estabilizaron su propia experiencia subjetiva cotidiana. En esta línea, haber consolidado la casa, en varios relatos, se plantea como condición de posibilidad para desplegar transformaciones familiares. Estos cambios están asociados, generalmente, a constituir nuevos proyectos conyugales, a ampliar la familia nuclear o a reagrupar la familia extendida en torno a la vivienda. En los casos de Graciela o de Nancy –otra de las vecinas “de adelante”-, la consolidación de la casa permitió apuntalar, a su vez, nuevas relaciones de pareja dejando atrás vínculos conflictivos previos (ambas mujeres volvieron a formar pareja y definen a su actual cónyuge como un “compañero”, con lo que subrayan el primado de los lazos de afectividad y horizontalidad en la relación). Norma, por su parte, una vez que terminó su casa, cansada de las infidelidades del marido, le pidió la separación. Actualmente, Norma está separada y ha tomado como empleado de su negocio a su exmarido.
Acomodación de la casa frente a nuevos proyectos
La consolidación de la casa remite, fundamentalmente, al reemplazo de unos materiales por otros, y al poder garantizar determinados servicios básicos en la vivienda. Pero una vez consolidada la casa, se despliega una transformación de los espacios acomodándolos a usos emergentes: incorporar tabiques para separar ambientes, expandir la vivienda sumando habitaciones, construir una segunda planta, etcétera. Estas transformaciones interactúan con las transformaciones familiares: a veces son motivadas por una expansión familiar, pero generalmente son la condición de posibilidad de ellas. Así, por ejemplo, Graciela fue reunificando su familia en el nuevo barrio –básicamente, congregando a sus cuatro hijos en torno a su nuevo vínculo conyugal- en la medida en que pudo ir construyendo habitaciones en la planta superior de su vivienda. Del mismo modo, en la casa de Mónica (una de las vecinas “del fondo”) la decisión de su hijo de formalizar y consolidar su vínculo conyugal estuvo supeditada a la posibilidad de consolidar la casilla original y luego construir una nueva habitación en la planta superior de la casa.
En todos estos casos, la interacción entre disposiciones espaciales y usos, más que remitir a dos momentos proyectados y escindidos temporalmente (como en el caso de una vivienda previamente diseñada y posteriormente ejecutada para unos usos definidos), se inscribe en una relación procesual, de ajustes y reajustes permanentes. Entre las estructuras de la casa y las necesidades emergentes hay un proceso de acomodación, en el que ambas –estructuras y necesidades- se afectan mutuamente.
Recuperamos aquí libremente la noción de “acomodación” de Piaget (1991), quien acuña este concepto para explicar (en el proceso genético del desarrollo cognitivo) la relación de ajuste de esquemas mentales previos del individuo frente a nuevos estímulos del medio. De modo análogo, aunque obviamente no idéntico, en este caso la “acomodación” remite a un ajuste o calibración entre estructuras (materiales) previas y necesidades emergentes de los hogares. En dicha “acomodación” hay una transformación de los espacios materiales, pero también una adecuación de esas necesidades, constreñidas en usos concretos de la casa. Esta acomodación, asimismo, se realiza en el marco de una temporalidad no siempre controlada, relativa a la posibilidad de hacerse de los recursos para continuar construyendo y de concertar necesidades familiares que van surgiendo en el decurso mismo del habitar.
Por otra parte, cabe advertir que la “acomodación” de la casa no sólo o no necesariamente se realiza en relación con los cambios en la composición familiar. Existe otro factor central de las estrategias de acomodación de la casa. Esta también puede producirse en función de otros proyectos, que se valen de la vivienda como recurso que, por sí mismo, puede generar nuevos ingresos materiales. La casa, en este sentido, se torna el eje para emprender diversos proyectos: “se acomoda” para ser merendero, despensa de barrio, taller textil, salón de fiestas, restaurante, inquilinato. Los datos del censo confirman esta percepción emergente de las entrevistas: en los últimos seis años –período trascurrido entre ambos registros censales-, junto con el mejoramiento de las condiciones habitacionales ha habido un significativo incremento (de 9 puntos porcentuales) de los hogares que usan algún ambiente de su casa como “lugar de trabajo”: del 15 % en 2016, la cifra se elevó al 24 % de los hogares en 2022. Según este dato, uno de cada cuatro hogares usa actualmente su casa como parte de las prácticas laborales.
El caso de Norma es elocuente del modo en el que la consolidación de su vivienda se convierte en la base de sus nuevos proyectos personales: la casa se vuelve, en su caso, un mecanismo a partir del cual generar nuevos recursos. Norma renuncia al restaurante peruano donde trabajaba y monta su propio restaurante en su casa; en un principio, con mobiliario y elementos que va recolectando de las calles de la ciudad y que le van dando sus vecinos. Lentamente va ampliando la vivienda: con los años, logra desarrollar la sala donde funciona el restaurante, mejorar la cocina y colocarle piso de mosaicos. En una etapa posterior, construyó nuevas habitaciones anexadas a su vivienda en una planta alta, que actualmente alquila de manera transitoria, como pensión.
Por su parte, Graciela, Mónica y Nancy han desarrollado, en distintos momentos de sus trayectorias y con éxitos disimiles, un mismo proyecto: constituir merenderos en sus casas. Estas mujeres han destinado y adaptado una parte de sus viviendas para el funcionamiento regular de estos espacios. Mónica tiene un relato cristalizado del inicio del merendero, que señala como momento determinante un incendio de casas próximas a la suya –entre ellas, la de la hija de Estela-, que la condujo a sensibilizarse con esos vecinos y con la situación del barrio en general:
Yo estaba trabajando en el taller, viene mi hijo a hablarme y miro para arriba y se quemaban las casillas. (…). De una casa pasó a otra y a otra. Entonces salgo y vi todo eso, vi todo lo que se perdió, fue terrible. (…). Y de ahí empecé a conversar con los vecinos y a involucrarme. ¿Dónde iban a dormir esas mamás? Mamás con hijos, eran seis familias. Yo traje dos acá, que esto no era todavía comedor, era mi taller. En el trayecto me conozco con Rodo, que es de Octubre, de los políticos. Ahí es que me empiezo a involucrar con los vecinos. Ahí empecé a hacer mi trabajo social.
El relato de Mónica retoma un episodio dramático de la vida de esa parte del barrio: el incendio de las casas próximas. La historia de Mónica supone la precariedad habitacional de esa parte del barrio, pero, además, exhibe el carácter mutable (Motta, 2014) de su vivienda: en el curso mismo de los hechos, Mónica reconvirtió una parte de su casa, detaller a comedor barrial. Por su parte, Graciela también tiene un relato de “los inicios del merendero”, que se remonta a sus primeros tiempos en el barrio, y que tiene como foco su propia casa:
Un día, estaba sentada en la puerta de la casilla y veo muchos niñitos en la calle, sentados, llorando: “No está mi mamá…”, la mamá trabajando. Y yo me puse a pensar: “Estaría bueno hacer algo para que los niños coman”. Entonces me junté con cuatro vecinas y les dije: “¿Qué les parece si hacemos algo para los niños de los papás que van a trabajar?” (…) Y así fue, juntamos, e hicimos nuestra primera olla, ahí en el fondo. (…). Una señora me contactó con el Banco de Alimentos y me empezaron a mandar alimentos. Después se enteró la agrupación de Residentes Peruanos y querían hacer de esto un local comunal. Yo dije: “No, esto es mi casa”. Por eso el local después se hizo en otro lado, pero eso es otro cantar. Que el local comunal sea “del pueblo para el pueblo”. Porque si hay gente que se le incendió la casa puede ir al local comunal, yo no voy a traer gente a dormir a mi casa.
En sus palabras, Graciela alude implícitamente a Mónica, destacando su diferencia con ella. Pero en ambos casos, el “proyecto del merendero” supone la adaptación de la propia casa como condición de posibilidad de la realización del emprendimiento. Es la casa el recurso base de estos proyectos: el lugar donde, en definitiva, se llevan a cabo los merenderos. Hay, además, en las palabras de Graciela, un énfasis explícito en la defensa de la propia casa como espacio en el cual desarrollar el merendero, en tanto mecanismo para mantener el control personal sobre la actividad, tensionada con la participación de organizaciones políticas y sociales (que otorgan recursos para su funcionamiento pero también, por ello mismo, pueden reclamar injerencia sobre estos espacios). El hecho de que el merendero se realice en su propia casa –en un espacio que conecta una práctica pública con un espacio privado- constituye la forma de mantener el control sobre esta práctica, a la vez que una forma de cimentar su propio lugar simbólico como referente barrial desde su casa.
En todos estos casos (tanto en el de Norma y su restaurante/inquilinato como en los de Graciela y Mónica y sus casas devenidas merenderos, talleres, despensa), el acceso a la casa se vuelve una precondición fundamental para suscitar diversos emprendimientos personales. Como ha mostrado Eugenia Motta (2014) en su etnografía en una favela de Rio de Janeiro, existe un entrelazamiento complejo en las casas populares entendidas como procesos “mutables” y las prácticas económicas cotidianas -llevadas a cabo fundamentalmente por mujeres- en estos espacios. Motta plantea que la reposición de estas prácticas cotidianas habilita una mirada crítica sobre las visiones estereotipadas de los entornos populares en tanto lugares signados por la carencia y la improductividad. A este planteo podemos agregar una cualificación adicional. Esta refiere a que la visibilización de estas operaciones cotidianas con eje en la casa permite también dar densidad empírica a la reciente “conversión emprendedora” (Gago, 2021) que, articulada con estrategias previas de vinculación de las clases populares con la ciudad, está modelando diversas prácticas cotidianas en entornos populares.
Reflexiones finales
Partiendo de una descripción contextuada en un barrio popular contemporáneo –que fue abordado en tanto caso típico–, se compusieron los rasgos de un patrón residencial más extendido, caracterizado como “autoconstrucción”. En este cuadro, analizamos la estrategia de la autoconstrucción, más que por su resultado –acceder a la casa propia-, como proceso y forma de habitar la vivienda. Desde este ángulo, descompusimos ese proceso en una serie de acciones entrelazadas y más o menos sucesivas, que componen un modo de habitar la casa signada por su carácter no planeado y en modulación permanente. Caracterizamos las prácticas de domesticación del espacio, de consolidación de la casa y de acomodación permanente a usos emergentes. Esta tríada de prácticas se despliega en el transcurso mismo del habitar la casa –y por ello, en sentido estricto, deben concebirse como residenciales-. En estos casos, los residentes y sus proyectos interactúan (se acomodan mutuamente) con los espacios de la casa. Reconocer estas prácticas, a través de las cuales una porción significativa de las clases populares habita contemporáneamente sus casas, no sólo nos habla de las condiciones de vida en la precariedad y la escasez: también nos muestra las acciones por las cuales, cotidianamente, estas clases producen un orden doméstico estable y modelan proyectos significativos desde sus categorías culturales. Enfocarnos en las prácticas residenciales de las clases populares ilumina, a su vez, una faceta escasamente tematizada de los usos de la casa popular actual: la extendida presencia de un tipo de emprendedorismo popular de bordes difusos, pero anclado en la trama misma de lo doméstico. Esta cultura emprendedora, fomentada “desde arriba” por narrativas individualizantes de corte neoliberal, se nutre “por abajo” de un “cuentapropismo” que, en la crisis crónica de formas colectivas de integración social, ha sedimentado como parte de las estrategias populares de resolución cotidiana de la vida.
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Notas
Recepción: 04 Marzo 2024
Aprobación: 26 Julio 2024
Publicación: 01 Noviembre 2024