Artículos
Las prácticas espaciales de la Cooperativa La Creciente del movimiento de ocupantes e inquilinos de la ciudad de Rosario
Resumen: El trabajo presenta la experiencia de la Cooperativa de Vivienda “La Creciente” del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) de la ciudad de Rosario, identificando las prácticas espaciales involucradas en el proceso cooperativo autogestionario y la ayuda mutua, a partir de una metodología cualitativa con enfoque etnográfico desarrollada entre 2019 y 2023. Las prácticas espaciales se entienden como un conjunto de acciones espacialmente localizadas que tienen incidencia directamente sobre el espacio. Son acciones humanas orientadas por un contenido espacial que modifican una porción del espacio y son modificadas por el espacio. Las prácticas espaciales analizadas tienen como elemento fundamental las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales, que actúan como sostén de estas acciones. Las prácticas espaciales de autogestión y de ayuda mutua tienen como punto central la proximidad espacial y el uso de aquellas densidades ellas son herramientas de articulación o acción en el cotidiano de la cooperativa.
Palabras clave: Prácticas espaciales, Proceso cooperativo autogestionario, Ayuda mutua, Densidades comunicacionales.
The spatial practices of the “La Creciente” cooperative of movement of occupants and tenants from Rosario city
Abstract: This article shows the experience of the Housing Cooperative of “La Creciente” of Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI in Spanish, Movement of Occupants and Tenants in English) from Rosario City, identifying spatial practices involved in the self-managed cooperative process and mutual aid, using a qualitative methodology with an ethnographic approach developed between 2019 and 2023. Spatial practices are understood as a set of spatially located actions that directly affect space. They are human actions oriented by a spatial content that modify a portion of space and are modified by space. The spatial practices analyzed have as a fundamental element the technical, informational, and communicational densities, which act as the support of these actions. The spatial practices of self-management and mutual aid have as their central point the spatial proximity and the use of technical, informational, and communicational densities, which represent tools of articulation and action in the daily life of the cooperative.
Keywords: Spatial practices, Self-managed cooperative process, Mutual aid, Communicational densities.
Introducción
Este trabajo se basa en una investigación más amplia, de una tesis de doctorado, que tiene como objetivo contribuir a los estudios geográficos sobre movimientos sociales, a partir del análisis del lugar como cotidiano compartido de individuos que son la base de los movimientos sociales de lucha por la vivienda.1
El objetivo del presente trabajo es presentar el caso de la experiencia de la Cooperativa de Vivienda “La Creciente” del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) de la ciudad de Rosario, identificando las prácticas espaciales involucradas en el cotidiano del movimiento, en particular aquellas que se identificaron dentro del proceso cooperativo autogestionario y de ayuda mutua. Se entienden las prácticas espaciales como un conjunto de acciones espacialmente localizadas que tienen incidencia directamente sobre el espacio; dichas prácticas son sostenidas por las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales.
Como enfoque teórico, recuperamos aportes sobre los conceptos de prácticas espaciales de Corrêa (2000), Souza (2013) y Santos, R. (2006); y sobre las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales, de Santos ([1996] 2009; 1996). Hay que destacar que: a) el presente trabajo aporta al análisis espacial del MOI y a los estudios de los movimientos sociales; b) el análisis espacial que planteamos concibe el espacio geográfico como una instancia social, como un conjunto indisoluble, solidario y contradictorio de sistemas de objetos y de acciones (Santos [1996] 2009).
Este trabajo presenta una metodología cualitativa con enfoque etnográfico para analizar los movimientos sociales de lucha por la vivienda, haciendo foco en el MOI y en la Cooperativa “La Creciente”; a su vez, realiza un breve recorrido teórico sobre las prácticas espaciales, como el proceso cooperativo autogestionario y de ayuda mutua, y evidencia su relación con las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales que permiten operacionalizar estas prácticas. Son estas densidades las que permiten la realización del transcurrir cotidiano de la cooperativa, dado que son / representan herramientas de articulación / acción en el día a día cooperativista.
Metodología
El presente trabajo se basa en una metodología cualitativa a partir del enfoque etnográfico (Woods, 1987). Este enfoque metodológico plantea la triangulación observación-participación-entrevista como herramienta fundamental para explorar un problema con mayores probabilidades de exactitud. La observación participante consiste en introducirse en el campo y observar cómo ocurren las cosas en su estado natural. Esta práctica permite vivir el cotidiano de la cooperativa y presenciar momentos de decisiones y resoluciones de conflictos en el ámbito colectivo. A partir de la metodología empleada, entre los años de 2019 y 2023, se desarrollaron cuatro momentos distintos de trabajo de campo. En primer lugar, se realizaron visitas de aproximación y establecimiento del contacto con los líderes del MOI. En el segundo momento, se definió como estudio de caso la Cooperativa “La Creciente”, en la zona sur de la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe), como un proyecto inicial para acompañar la construcción de la cotidianeidad compartida. En el tercer momento, se realizaron entrevistas con líderes de la cooperativa, con el objetivo de compilar datos sobre el origen y actuación de “La Creciente”. En ese momento, junto a la investigación bibliográfica, se identificaron como categorías de análisis: las prácticas espaciales basadas en la ayuda mutua y en el proceso cooperativo autogestionario, y las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales que se analizan en este trabajo. En el cuarto momento, se realizaron entrevistas con cooperativistas para entender cómo las categorías de análisis mencionadas son vividas en el día a día de la cooperativa. Las personas entrevistadas no serán nombradas, para cuidar sus identidades; fue una manera de que ellas se quedaran más tranquilas y abiertas a responder las preguntas con el máximo de sinceridad posible.
Además, se ha participado de grupos de WhatsApp, Facebook, reuniones plenarias y encuentros virtuales que permitieron vivir el cotidiano de la cooperativa, principalmente en momentos de pandemia del COVID-19 y pospandemia.
Resultados y discusión
Este apartado hace referencia a los principales conceptos ordenadores y su relación con el caso: cómo algunas acciones de la Cooperativa “La Creciente” pueden ser entendidas como prácticas espaciales, analizando en particular el proceso cooperativo autogestionado, la ayuda mutua y sus relaciones con las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales.
El MOI y la Cooperativa La Creciente
El MOI es una organización social de lucha por la vivienda, el hábitat popular y el derecho a la ciudad que existe desde la década de 1980. Su organización se basa en el cooperativismo autogestionario. Aunque se desenvuelve principalmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), el MOI impulsa proyectos en varias provincias argentinas y ha participado en la conquista de derechos sociales, como el reconocimiento de la vivienda autogestionaria en la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires de 1996, y la Ley 341 (2000) como un marco legal. Con el tiempo adquirió el perfil de una federación que agrupa cooperativas de trabajo, de vivienda y un equipo profesional interdisciplinario.
El MOI tiene tres ejes políticos: el primero de ellos es la autogestión, que posibilita que todo un grupo de personas participe en las decisiones, en la planificación del proyecto, en la gestión de los recursos (MOI, 2019). El segundo eje político es la ayuda mutua, que es el aporte concreto de mano de obra, por el cual las familias cooperativistas trabajan en la ejecución de la obra; es un trabajo colectivo y organizado en pos de un objetivo común (MOI, 2019). Y el tercer eje político es la propiedad colectiva, que actualmente se ve como un elemento central en procesos cooperativos: se considera la vivienda colectiva como una forma de propiedad, resultado de un modo de vida colectivo y solidario en su reflejo cotidiano. Cada cooperativista tiene el derecho de uso exclusivo de unidades por medio del sistema de “uso y goce”. Es una herramienta en contra del mercado de especulación inmobiliaria (MOI, 2019).
La ya mencionada Ley 341, sancionada el 24 de febrero de 2000 en la Ciudad de Buenos Aires, instrumenta una política de acceso a la vivienda para uso exclusivo y permanente de hogares de escasos recursos en situación crítica habitacional. Esta ley está destinada a particulares, organizaciones colectivas (a través de cooperativas, mutuales o asociaciones civiles sin lucro) o integrantes de entidades de bomberos voluntarios; las viviendas se financian mediante subsidios o créditos con garantía hipotecaria, para gastos totales o parciales de compra, construcción u obras destinadas a ampliación o refacción / rehabilitación. La ley prevé un monto de crédito a financiar por el valor del 80 % al 100 % de las operaciones y establece que las cuotas de los créditos no deben superar el 20 % del ingreso total del hogar; además, la Ley de Presupuesto Anual debe fijar la partida correspondiente para financiar dicha ley 341. Esta ley representa un marco legal importante para el desarrollo de los movimientos de lucha por la vivienda en CABA.
Entre los intereses privados y los intereses de los movimientos sociales, la disputa por la creación de marcos legales en el territorio argentino se hace central; es decir, los movimientos luchan por la creación de normas que aseguren sus acciones y sus proyectos a largo plazo. Por eso, a partir de 2019 distintos movimientos argentinos de lucha por hábitat y vivienda se unieron en el Colectivo Hábitat para plantear conjuntamente un proyecto de nacionalización de la Ley 341, para crear un marco legal nacional que asegure los ejes centrales de ayuda mutua, autogestión y propiedad colectiva.
La propiedad colectiva es una respuesta a un desafío vivenciado actualmente por algunas cooperativas que gestionan la escritura de postconstrucción, especialmente porque las viviendas construidas por ayuda mutua y autogestión logran abaratar los costos e invertir en la alta calidad y belleza. Es por ello que el sector privado intenta comprarlas a precio de mercado, pero eso pone la autonomía de las cooperativas en riesgo; entonces se hace necesario que se aseguren de que las viviendas no vayan a manos privadas. Vale destacar que la Cooperativa “La Creciente” es la primera cooperativa del MOI que ya tiene prevista la propiedad colectiva en su estatuto de creación.
“La Creciente” es una de las cooperativas autogestionarias que forma parte del MOI y está radicada en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe (Mapa 1). En 2009, un grupo de familias se propuso concretar un proyecto colectivo para dar solución al problema de la vivienda, que entendían como un problema colectivo. Primeramente, acudieron a las reuniones del Presupuesto Participativo (PP) de la ciudad en 2012, y presentaron en las reuniones del Distrito Municipal el proyecto “Hacia la construcción de alternativas para la vivienda popular” (Proyecto 28), con un presupuesto muy bajo para ejecutarse en 2013, en forma de talleres, con una serie de encuentros con referencias a hábitat popular y cooperativismo. En 2013, una cooperativa del MOI de la ciudad de Santa Fe brindó ayuda para organizar los talleres, y la Ley 341 de CABA sirvió como inspiración para desarrollar herramientas de experiencias autogestionarias.
En 2014, en reunión con el presidente del Servicio Público de la Vivienda y el Hábitat (SPVyH), Raúl Álvarez, el grupo de familias le planteó una experiencia piloto: la creación de la cooperativa para desarrollar un proyecto en un predio municipal abandonado del municipio. La sugerencia fue aceptada. En 2015 se iniciaron las acciones para la cesión del predio, y en 2018 lograron su tenencia provisoria. En 2019 empezaron a coordinar jornadas de ayuda mutua para acondicionamiento mínimo del predio. En 2022, lograron la tenencia del edificio y el financiamiento de la primera parte del proyecto: la construcción del espacio sociocomunitario.
Actualmente, cerca de doce familias cooperadas tienen sus acciones basadas en el proceso cooperativo autogestionario, la ayuda mutua y la propiedad colectiva.
El contexto teórico: prácticas espaciales y densidades técnicas, informacionales y comunicacionales
Las prácticas espaciales
Primeramente, es necesario destacar que el concepto de lugar es entendido como el espacio vivido a partir de una multiplicidad de acciones, no acotado a un recorte espacial, pero sí involucrado con la idea de espacio geográfico como instancia social: un conjunto indisoluble de sistemas de objetos y sistemas de acciones. En este caso, el objeto central es la vivienda, y las prácticas espaciales del proceso cooperativo autogestionado y de la ayuda mutua son las acciones involucradas en la construcción de este objeto.
En la Geografía se destacan tres autores que estudiaron las prácticas espaciales: Roberto Lobato Corrêa (2000); Marcelo Lopes de Souza (Souza, 2010), que las diferenció de acuerdo con el objetivo de esas prácticas (si son heterónomas o si buscan la autonomía) y luego las clasificó a partir de diferentes dinámicas espaciales (Souza, 2010; 2013); y Renato dos Santos (2006), quien, igual que Souza, las diferenció a partir de las dinámicas espaciales o espacialidades.
Corrêa fue uno de los primeros investigadores de Brasil en conceptualizar la idea de prácticas espaciales. El autor utiliza la estructura (naturaleza social y económica), el proceso (acción realizada de modo continuo con un objetivo), la forma (lo visible, el objeto) y la función (actividad desarrollada por el objeto creado) como categorías de análisis del espacio geográfico. Para él, las prácticas espaciales son un conjunto de acciones espacialmente localizadas que impactan sobre el espacio y lo alteran en el todo o en partes, o lo preservan en sus formas e interacciones espaciales. Son acciones que crean y mantienen distintos proyectos, que se realizan para garantizar la existencia y la organización espacial de los movimientos sociales, por ejemplo.
Para Souza (2013), si bien el espacio geográfico es la base de cualquier transformación social relevante (independiente de su contenido ético o político), no debe sobreestimarse; hay que valorar los agentes sociales y las relaciones que ellos tienen entre sí. Para ello, el concepto de prácticas espaciales es fundamental. Para el autor, las prácticas espaciales van más allá de relaciones meramente sociales; son prácticas humanas orientadas por un contenido espacial, además de social. Son prácticas sociales con una densidad espacial intrínseca; son puentes conceptuales entre relaciones sociales y el espacio.
Según Souza, las prácticas espaciales pueden servir a la heteronomía, por el uso del poder vertical del Estado o por el interés privado, lo que lleva a mayor segregación espacial, al monopolio del suelo, al uso desigual del territorio, etc. O pueden servir para la autonomía (o lucha en contra de la heteronomía), y ser identificadas como “prácticas espaciales insurgentes”. El autor conceptualiza las prácticas espaciales insurgentes a partir de las diferentes dinámicas espaciales involucradas y destaca seis tipos de prácticas espaciales insurgentes que se pueden combinar y dar lugar a estrategias socioespaciales complejas: i) territorialización en sentido estricto; ii) territorialización en sentido amplio; iii) refuncionalización / reestructuración del espacio material; iv) resignificación de lugares; v) construcción de circuitos económicos alternativos; vi) construcción de redes espaciales.
En el mismo sentido, Renato Dos Santos, específicamente en relación con los movimientos sociales, nombró dimensiones espaciales o espacialidades, las cuales están fundadas en prácticas espaciales. Según el autor, los movimientos sociales centralizan relaciones de orden espacial construidas a través de diferentes experiencias sociales del hacer político.
Tanto Souza (2010) como Dos Santos (2006), además de destacar las dimensiones espaciales o prácticas espaciales de los movimientos sociales, se detuvieron en el análisis de su estructura, pero no lo hicieron en el nivel del lugar, como el cotidiano compartido, el espacio banal de mujeres y hombres productores y (al mismo tiempo) “beneficiarios” de las luchas conquistadas, como se propone en este trabajo.
En el presente artículo se entienden las prácticas espaciales como un conjunto de acciones espacialmente localizadas que tienen incidencia directa sobre el espacio. Son acciones humanas orientadas por un contenido espacial que modifican una porción del espacio y son modificadas por este. Por eso, se propone analizar los procesos cooperativos autogestionados y la ayuda mutua como prácticas espaciales comunes al cotidiano de los movimientos sociales. Ellas están estrictamente ligadas al lugar, al espacio vivido, además de ser centrales para la producción de un espacio habitable para estos grupos. Los movimientos sociales pueden activar otras prácticas espaciales de otros modos, pero este trabajo focaliza en estas prácticas espaciales porque tienen más que ver con el cotidiano como espacio vivido.
Se considera el proceso cooperativo autogestionado y de ayuda mutua como práctica espacial que se fundamenta a partir de las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales, que son herramientas de articulación de estas prácticas para la realización del cotidiano de la cooperativa; son centrales para la creación de espacios colectivos de decisión y participación, que enfrentan las dificultades del diálogo, de las negociaciones y autoorganización propias de la copresencia y la coexistencia de la diferencia.
La autogestión y la ayuda mutua son ejemplos de sistemas de acciones que componen el espacio geográfico, juntamente con los sistemas de objetos (como lo conceptúa Santos ([1996] 2009). Ellas tienen la potencialidad de generar otros espacios vividos, ya sea la propia vivienda u otras formas de cooperación, como espacios para el cuidado de niñas y niños, y hasta espacios de debate y acción a nivel municipal, provincial y nacional.
Se entiende el contenido espacial de autogestión como un sistema de acciones que tienen la potencialidad de hacer uso de las normas (leyes y reglamentos) para acceder a fondos públicos u organizar el hacer cotidiano; y que se vinculan con la creación de normas que median intereses y conflictos en el espacio: sea el espacio del cotidiano compartido con normas a nivel de estatutos de convivencia, sea en la esfera pública, como, por ejemplo, el proyecto de ley nacional de producción de hábitat (conocido como la nacionalización de la ley 341 de CABA). Las normas regulan el uso del espacio y, como las acciones, se clasifican en función de su escala de actuación. Según Milton Santos ([1996] 2009), a través de la acción normada y de objetos técnicos, la regulación de la economía y del territorio (entendido aquí como uso del espacio) se imponen cada vez con más fuerza, porque la profundización de la división del trabajo impone nuevas formas de cooperación y control.
El contenido espacial de la ayuda mutua es evidenciado cuando la entendemos como un sistema de acciones que construye o modifica el objeto; por ejemplo, la vivienda, con su construcción o mantenimiento.
Las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales
Las prácticas espaciales mencionadas anteriormente son sostenidas por las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales. Milton Santos ([1996] 2009) destaca que, junto a la densidad comunicacional, están la densidad técnica y la densidad informacional. En cuanto a la densidad comunicacional, es fruto de las relaciones de proximidad y del cotidiano compartido; la densidad técnica, por su parte, está compuesta de objetos artificiales dispuestos a atender a las intenciones de quienes los concibieron y produjeron, como por ejemplo el celular, la computadora, etc. La densidad informacional está fuertemente relacionada con la densidad técnica, porque la información se realiza sobre un objeto técnico, como por ejemplo el teléfono y las computadoras con acceso a internet, tanto para la comunicación como para compartir información.
El autor utilizó la densidad comunicacional para referirse a la comunicación: la experiencia comunicacional involucra procesos de interlocución e interacción, alimenta lazos sociales y la sociabilidad entre los individuos que comparten los mismos cuadros de experiencia. Cuanto mayor es la proximidad espacial, más intensa es la densidad comunicacional. En el lugar, la cooperación y el conflicto son la base de la vida en común, y se realizan a través de la comunicación (la densidad comunicacional). Esta comunicación crea (y recrea) formas de enfrentamiento a todos los desafíos, sea generados por la inestabilidad de la división del trabajo, sea por la afinidad cultural, económica y política de las relaciones de proximidad.
Es importante destacar el planteo de Creuz (2020), quien investigó los nuevos actores en los circuitos de la economía urbana en Buenos Aires y São Paulo, enfocándose en los medios de pago como Rapipago y Pago Fácil, en Buenos Aires, y las agencias de lotería y bancos postales, en São Paulo. Para Creuz, el uso de los teléfonos celulares y tablets redimensiona la escala de los acontecimientos mediados por los empleos de esos “objetos semovientes” (aparatos que pueden moverse por sí mismos), que son puntos móviles de los canales de comunicación, y que establecen flujos de información entre grupos de población y grandes corporaciones.
Según Creuz (p. 222), hay “una tendencia a reemplazar la computadora por teléfonos celulares que asumen nuevas funciones de acceso a la Internet y aplicaciones”. Igualmente, en el presente análisis se observa que estos objetos son fundamentales para la organización y comunicación de los movimientos sociales, principalmente en el escenario de la pandemia de COVID-19 que se vivió en tiempos recientes.
A partir de la participación y observación en los movimientos sociales como metodología de análisis, se destaca el uso que ellos hacen de las plataformas digitales como posibilidades de ampliar alternativas de organización y comunicación, por ejemplo el uso de redes sociales Facebook e Instagram; también, plataformas digitales de videoconferencias, como Zoom y Meet, no sólo para publicar sus actividades, sino también para compartir informaciones, realizar charlas virtuales, organizar invitaciones a manifestaciones, etc. Las redes sociales y las plataformas digitales facilitan los procesos de movilización política porque posibilitan la comunicación instantánea entre una gran cantidad de personas. También ellas pueden funcionar como un importante repositorio de informaciones.
Un ejemplo actual: se puede encontrar “La Creciente” en Instagram como @moi.rosario y en Facebook como MOI Rosario; además, esta cooperativa tiene un grupo privado en esta última red social, como alternativa para compartir entre las/los cooperativistas informaciones y documentos, para lo cual también se utiliza el espacio en la nube de Google Drive. Citamos estos ejemplos para destacar el uso de la red de internet como alternativa de organización y de discusión de ideas dentro de los movimientos sociales y entre ellos. Se destaca un doble aspecto: por un lado, las densidades técnicas e informacionales facilitaron la comunicación y organización en el día a día, el estar conectados, el coordinar tareas y encuentros, etc.; y, por otro lado, ellas permiten su vinculación con otros sujetos y actividades que están lejos.
También la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp es muy utilizada para organizar las actividades entre los miembros de los movimientos sociales, repasar informaciones y hacer llamamientos a nivel del lugar, que favorecen las charlas o comidas compartidas en jornadas de ayuda mutua o asambleas, como se pudo constatar, por ejemplo, al participar del grupo de WhatsApp de “La Creciente”. Se da la utilización del celular como objeto técnico para optimizar la comunicación a través de internet, como densidad informacional y técnica. La metodología utilizada permitió vivenciar la parte del cotidiano de “La Creciente”; además de construir el objeto vivienda, los/las cooperativistas construyen relaciones que se sirven de las densidades técnicas e informacionales, pero es la densidad comunicacional la fundamental. Como dijo Milton Santos ([1996] 2009), esta sigue siendo central en el cotidiano de las personas comunes, sólo que ahora ellas emplean mensajes de textos, videos y audios en el proceso de comunicación.
Según este autor, las densidades técnicas e informacionales están vinculadas a la tecnoesfera, que está relacionada con el mundo de los objetos, depende de la ciencia y de la tecnología, y frecuentemente sirve a intereses distantes del lugar, adhiriendo al lugar como una prótesis; responde a demandas hegemónicas para mantener las racionalidades, la hegemonía, el statu quo. Las densidades comunicacionales, por su parte, están vinculadas a la psicoesfera, que constituye la esfera inmaterial del espacio y está relacionada con el mundo de las acciones, el reino de las ideas, es manifestada en valores, creencias, pasiones, hábitos, deseos, proyectos, ideologías y discursos; ella es parte del entorno de la vida. Las dos esferas son fundamentales para la comprensión de las modernizaciones, en la medida en que los objetos técnicos son exigentes de nuevos hábitos y valores sociales; esa es una de las maneras como la tecnoesfera y la psicoesfera interaccionan entre sí.
Se observa que la Cooperativa “La Creciente” ha utilizado la tecnoesfera al servicio de la lucha. Como sostiene Santos (p. 256), “es el reino de la necesidad, que es utilizado en favor del reino de la libertad”. Es el uso en favor de una comunicación horizontal (la psicoesfera), que sirve al consumo político de una población muchas veces marginalizada; es decir, los movimientos sociales utilizan como herramienta de lucha cada día más las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales.
En el actual período de globalización, imperan redes técnico-científico-informacionales que son instrumentos para la producción y circulación de la información. Por medio de la telecomunicación se crean redes globales, que responden únicamente a las leyes del sistema hegemónico y generan un orden global fundado en la razón técnica y operacional, en los cálculos de función y en el lenguaje matemático; tienen un funcionamiento vertical, en el cual la acción es efectuada alejada del centro de decisión.
Dialécticamente a las redes globales, están las redes locales, que utilizan las redes técnicas para asegurar la división del trabajo y la cooperación a partir de un trabajo solidario, aunque conflictivo, a través de la co-presencia, creando el cotidiano de la contigüidad espacial. Ahí los objetos responden a la lógica externa (de las redes globales), pero también crean una lógica interna propia, regida por la interacción y la proximidad; este orden local es orgánico, fundado en la comunicación, en la escala del lugar-cotidiano. Sus parámetros son la copresencia, el vecindario, la intimidad, la emoción, la cooperación y la socialización con base en la contigüidad espacial (Santos, 1996).
Como ya fue dicho, las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales son el sostén fundamental para la realización de las prácticas espaciales que —además de ser un conjunto de acciones espacialmente localizadas que impactan directamente sobre el espacio, alterándolo en el todo o en parte, como nos enseña Corrêa (2000)— tienen la potencialidad de generar otros espacios vividos, sea la propia vivienda u otras formas de cooperación, como espacios para el cuidado de niñas y niños, y hasta espacios de debate y acción a nivel municipal, provincial y nacional. Esto se pudo observar al participar del cotidiano del MOI y de “La Creciente”. Por ejemplo: las cooperativas de trabajo del MOI que conocimos en reuniones plenarias nacionales a las que asistimos; la cooperativa de cuidado de infantes desarrollada por “La Creciente”, que acompañamos mediante el grupo de WhatsApp; el ya mencionado Colectivo Hábitat, por medio de reuniones en las plataformas Zoom y Meet para proponer el proyecto de ley nacional de producción de hábitat.
En el presente trabajo se destaca el análisis de las prácticas espaciales del proceso cooperativo autogestionado y ayuda mutua, porque ellas están fundadas en la densidad comunicacional que es generada a partir de la proximidad espacial en el cotidiano compartido. La comunicación es la clave para gestionar las cooperaciones y los conflictos oriundos del espacio vivido compartido y conflictivo.
La densidad comunicacional es central, tanto para los procesos cooperativos autogestionarios como para la ayuda mutua; por ejemplo, para coordinar sobre el calendario y duración de las jornadas de trabajo o el espacio de cuidado de niñas, niños y adolescentes, porque se trata de articular no sólo el colectivo, sino también acciones y tiempos de cada familia, lo que involucra planear anticipadamente la comida, despertarse más temprano en un fin de semana u organizar el transporte de las familias. Puede parecer simple, pero genera conflictos y acuerdos intrafamiliares, y entre las familias cooperativistas, que sólo pueden realizarse con la comunicación; esa es la potencialidad de la densidad comunicacional. Ello se pudo observar participando del grupo de WhatsApp de “La Creciente”, en el que se coordinan fechas, horarios y otros detalles para cada encuentro y/o jornadas de trabajo.
Según Milton Santos ([1996] 2009, p. 322), la proximidad espacial es creadora de una comunión, de una interdependencia obligatoria y de una solidaridad que alimentan y restablecen los lazos sociales y la sociabilidad entre individuos que comparten experiencias a partir de una “negociación social”: la comunicación es clave para eso. Ella puede involucrar el uso de objetos técnicos-científicos-informacionales, como ya fue dicho sobre las densidades técnicas e informacionales. Pero según el autor, la comunicación es más intensa cuando hay una proximidad espacial —una contigüidad física— entre las personas involucradas, lo cual les permite vivir con intensidad las interrelaciones, y ello involucra deseos, afectos, frustraciones y negociaciones.
Según de Certeau, Giard y Mayol (1999, p. 7), esta comunicación que organiza la vida cotidiana está relacionada con el concepto de convivencia, que se articula al menos en dos modos: a través de un sistema de comportamientos —que incluye el uso de códigos de cortesía, el uso de indumentarias, la diferencia de comportamientos en espacios públicos y privados, etc.— y también con relación a los beneficios simbólicos esperados. Según los autores, es el arte de coexistir con los interlocutores que nos liga al hecho concreto, y esencial, de la proximidad y la repetición. Esta convivencia “es, en nivel de comportamiento, un compromiso por medio del cual cada uno, al renunciar a la anarquía de los impulsos individuales, da anticipos a la vida colectiva con el objetivo de retirar sus ganancias simbólicas necesariamente diferidas en el tiempo” (ídem). En el caso de los movimientos sociales de lucha por la vivienda, esas ganancias no son solamente simbólicas: la vivienda lo es como materialidad y también como base del habitar como “espacio apropiado” (Martínez, 2014).
Retomando a de Certeau, Giard y Mayol, si la organización de la vida cotidiana se articula en torno a los comportamientos y al “arte de coexistir” con vecinos, comerciantes, amigos, etc., en el caso de estudio las prácticas espaciales de autogestión y ayuda mutua se basan en eso: el coexistir, la proximidad espacial y la comunicación. La autogestión promueve espacios de negociación y planeamiento que impactan directamente en el espacio vivido. Por ejemplo, con la elaboración del estatuto de preobra, en el que se disponen las reglas del uso del espacio del predio y de las jornadas de ayuda mutua; también, con el planeamiento de la construcción / modificación del predio. Las prácticas espaciales de ayuda mutua pueden ser entendidas como un elemento importante en un proceso de apropiación espacial, en el sentido de su potencia simbólica, política y material.
Tanto la ayuda mutua como la autogestión se basan en la búsqueda por conocer y aprender nuevas técnicas y prácticas de construcción, y también de organización colectiva en busca de cubrir necesidades que surgen a lo largo del cotidiano. La ayuda mutua está conectada con la autogestión vía planeamiento y organización pensados y charlados en ese espacio compartido. En lo que sigue, nos centramos en el análisis de las prácticas espaciales de autogestión y ayuda mutua.
El análisis de las prácticas espaciales del proceso cooperativo autogestionario y ayuda mutua en la Cooperativa “La Creciente”
En este apartado, en primer lugar, se analizará el proceso cooperativo autogestionario, también conocido solamente como autogestión; posteriormente, el análisis se abocará al proceso de la ayuda mutua.
Según Rodríguez (2009), que además de investigadora social es militante del MOI, el proceso cooperativo autogestionado se basa en tres ejes centrales: la participación, las decisiones y la creación de instrumentos participativos. Estos procesos tienen la potencia de transformación de prácticas individualistas en prácticas solidarias enfocadas en el colectivo y en la confianza construida en el cotidiano de cada cooperativa.
La historia de “La Creciente” presenta algunas acciones previas a la creación de la cooperativa que ya estaban basadas en el proceso autogestionario; por ejemplo, la organización de las jornadas de talleres y la reunión de un grupo de familias que se proponían conformar una cooperativa de vivienda. El proceso cooperativo autogestionado en sí es un espacio de formación política, porque ponerse en común acuerdo a pesar de diferentes ideas y posturas es un acto político con una fuerte densidad comunicacional, que implica gestionar conflictos entre cooperativistas y superarlos manteniendo la confianza en el colectivo, además de sobrellevar el cansancio proveniente del trabajo desarrollado para la supervivencia personal y familiar y de las cuestiones personales del día a día.
Las asambleas son espacios de autogestión que representan esta práctica espacial, donde las y los cooperativistas se reúnen para decidir sobre acciones futuras que van a modificar determinado espacio. Por ejemplo, entre 2019 y 2021, en las asambleas realizadas por la cooperativa, se observó cuando se decidía sobre cómo y dónde construir un baño en el predio abandonado al que se había accedido (porque la ausencia de uno hacía necesario que se caminaran algunas cuadras a un baño público, que muchas veces estaba cerrado con llave); también, la elección de materiales y la organización de talleres de albañilería y plomería como preparación para la ejecución de esa obra. Este es un ejemplo del componente espacial de la autogestión.
También se entiende por proceso autogestionario toda la gestión junto a las empresas responsables de servicios de agua, cloacas y energía eléctrica; y asimismo el planeamiento de red de acceso a esos servicios, porque las empresas son responsables de proveer el servicio solamente hasta la entrada del terreno; de la conexión hacia adentro del predio se hizo cargo la cooperativa. Fueron necesarias muchas charlas y asambleas para la división de tareas administrativas, el planeamiento, el dibujo del proyecto, la elección de los materiales y del lugar dónde comprar. Todo aseguró la calidad de los materiales, además del bajo costo debido a la negociación por precio.
Cuando entrevistamos a algunas y algunos cooperativistas sobre el proceso cooperativo autogestionario, algunas respuestas nos dan una pista del contenido espacial de este proceso, que es entendido como una herramienta de gestión para la construcción del objeto vivienda, en el caso estudiado:
[La autogestión] es gestionar colaborativamente y de manera independiente los recursos para la construcción […] Es una tarea colaborativa, pero fundamentalmente de decisión de la cooperativa, digamos… Independiente de las decisiones del gobierno o lo que sea… O sea, es proyectar las decisiones y llevarlas adelante. (A. P., cooperativista de “La Creciente”)
Esta práctica espacial permite materializar los proyectos colectivos por medio de la colaboración y de decisiones colectivas, además de fortalecer el carácter comunitario de la cooperativa, según un entrevistado:
Es la posibilidad de recrear la vida en comunidad. De manera igual, es la posibilidad que tenemos de construir materialmente algunas cuestiones, algunos proyectos, sobre todo si lo pensamos desde la cuestión productiva haciéndonos cargo de la fortaleza que tenemos como clase. […] Tiene que ver con la posibilidad de encuentro de personas de la clase trabajadora plantearse cómo abordar algunos problemas que tenemos como clase y llevarlo a la acción. (F. P., cooperativista de “La Creciente”)
Además, la autogestión intenta implementar de manera práctica en la vida cotidiana los ideales democráticos y horizontales que la bibliografía académica indica, desde hace mucho, como un camino ante los desafíos vividos por la creciente desigualdad social impulsada por el actual período de la globalización (Santos, [2000] 2006):
“[La autogestión] es algo que nos permite relacionarnos no con el discurso, no con la palabra sino con el hacer” (J. E., cooperativista de “La Creciente”).
Cuando la pregunta versa sobre los puntos positivos de la autogestión, se destacan los estímulos a desarrollar nuevas habilidades y capacidades, además de que proporciona un espacio de intereses políticos compartidos, con vistas al cambio de paradigma a una práctica cotidiana colectiva:
El punto más simple es la transformación de las personas, cómo resaltan las capacidades. Para nombrarte un caso: personas a las que les costaba mucho hablar, más en grupo, y uno las ve hablar en la asamblea después de varios años de estar y la capacidad de expresar lo que quieren, lo que sienten, cómo ven el mundo. […] También compañeros y compañeras, como yo, que estaba en una charla en la facultad de Arquitectura en lugares a los que te lleva la autogestión, de involucrarte en procesos de producción que está en otras manos, en las manos de los que saben. Bueno, eso también es estimular las capacidades que uno puede llegar a tener”. (F. P., cooperativista de “La Creciente”)
La autogestión es un compromiso con los compañeros de estar haciendo, con las manos y el sentimiento; con la cabeza previamente está de acuerdo, pero fundamentalmente con el sentimiento y con las manos, […] como es algo colectivo, el resultado es del grupo, y no de cada uno de forma individual. Eso le hace a uno darse cuenta de que tenemos que ir progresando, […] la autogestión forma parte de ese otro mundo que estamos construyendo o que pensamos que estamos construyendo. (J. E., cooperativista de “La Creciente”)
Por otro lado, la autogestión es un desafío y un proceso que está en desarrollo en los movimientos sociales, porque es una desconstrucción del hacer heterónomo. Por ello hay contradicciones, como la cuestión del liderazgo: muchas veces se logra la alternancia de liderazgo en cooperativas, pero a nivel nacional, en el nivel de liderazgo de la federación, esa alternancia parece ser más difícil de realizar y muchas veces un grupo de personas puede permanecer por mucho tiempo, lo que dificulta el cambio de liderazgo. Una respuesta a esta dificultad puede residir en el hecho de que, además de la construcción de una persona militante, hay que construir un líder; es decir, las personas llegan al movimiento movidas por la necesidad de la vivienda y se dan cuenta de que no es sólo la vivienda; se trata de un cambio de mentalidad y de postura ante los desafíos vividos en los espacios de decisión autogestionada:
Un desafío es que vamos a autogestionar y en realidad ninguno de nosotros participamos antes de eso […] nosotros tenemos que hacer nuestro propio camino. Bueno, otro desafío es tener aceptación y tolerancia, para que, a lo mejor, vamos dar un paso y tener que volver atrás, y después dar otro paso… Entender que ese es un camino de aprendizaje también. […] En general, en el trabajo, en la facultad, en las organizaciones en que uno participa hay estructuras más o menos verticales donde hay lugares que se toman decisiones y lugares donde se ejecutan esas decisiones y eso requiere una horizontalidad, requiere el respecto, el cuidado. Creo que es una práctica que a mí me entusiasma un montón transitar por ese camino, y a su vez me pasa que estamos en una asamblea y me digo “¡Ah! Hace media hora que estamos discutiendo esa pavada”. Lo pienso por adentro, ¿no? […] pasa por la aceptación de entender que esos son los tiempos que tiene el colectivo y que yo no estoy acostumbrada, y para mí es todo un desafío. Aparte, yo, en mi trabajo, estoy en un lugar de decisión, tengo que tomar decisiones todo el tiempo, y cuando siento que se demoran las decisiones me pongo nerviosa. Bueno, en lo personal, para mí es un desafío reimportante y me interesa: es eso que me va brindar un aprendizaje que no tengo en otros espacios. (A. P., cooperativista de “La Creciente”)
Aún sobre los desafíos de la autogestión:
[Muchas personas] vienen atravesadas por un descreimiento de las grandes organizaciones, muy atravesados por un concepto un poco vago del horizontalismo, algunas veces se mezcla un poco con el individualismo, entonces muchas veces la grupalidad es atravesada por todo eso […] todo eso condiciona a la hora de compartir en la grupalidad; la cuestión de los roles, los chispazos por hacer fuerza para unir todas las opiniones, esa dinámica más grupal atravesada por una cultura bastante fuerte, dificulta. (F. P., cooperativista de “La Creciente”)
Cuando se habla del proceso autogestionario, hay que remarcar que es un proceso en construcción desde la práctica militante. Por eso, el movimiento social estudiado enfrenta los desafíos al cotidiano vivido; es decir, a medida que van apareciendo dificultades, van buscando alternativas y respuestas en experiencias vividas por otras cooperativas del movimiento.
Eso sucede no sólo con cuestiones relacionadas con el proceso autogestionario, sino igualmente con aspectos relacionados con la ayuda mutua. Ambas prácticas espaciales necesitan el compartir del espacio vivido y de la contigüidad espacial para realizarse, y por consecuencia enfrentan los conflictos comunes de la convivencia entre las diferentes personas.
La práctica espacial de ayuda mutua se realiza a través de las jornadas de trabajo compartido entre cooperativistas para las obras de construcción o acondicionamiento de viviendas populares. Los movimientos sociales la reconocen como fundamental para la práctica colectiva y la utilizan como una herramienta de lucha, que también asegura la excelencia en calidad de la construcción y una economía en el costo de las viviendas (por ahorrar gastos con mano de obra especializada).
La ayuda mutua, además de ser una práctica espacial que construye el objeto vivienda, se basa en la proximidad espacial, en el cotidiano compartido de acciones colectivas. Ella lleva a una búsqueda por conocer y aprender nuevas técnicas y prácticas de construcción y de organización colectiva, en busca de sanar necesidades que surgen a lo largo del cotidiano, sea para el colectivo, para algún individuo o para el vecindario. En el trabajo de campo se pudieron observar en “La Creciente” talleres de instalación de la red de cañería y la red eléctrica, como ejemplo de esa búsqueda de conocimiento. Y cuando se les preguntó a los y las cooperativistas sobre qué es la ayuda mutua:
La ayuda mutua es lo que los migrantes, nuestros abuelos y demás, hacían naturalmente por necesidad para sobrevivir […], ayudaban uno con el otro, los que podían ayudar lo ponían en un fondo común, así… Muy elemental, pero con una solidaridad tremenda […] es el hacer, fundamentalmente. (J. E., cooperativista de “La Creciente”)
Como se puede observar, la ayuda mutua no es algo novedoso sino una práctica antigua. Asimismo, es también muy común en comunidades con recursos financieros escasos, en las cuales la autoconstrucción de las viviendas particulares es una alternativa a la cuestión habitacional; en ese caso, las amistades y los familiares prestan ayuda: es la conocida “gauchada”.
En el caso estudiado, la construcción colectiva vía ayuda mutua pone en contacto personas que muchas veces no son amigas, tampoco familiares, pero sí comparten la necesidad de la vivienda y el proyecto político en que está inserto la cooperativa: eso exige, además, del cuerpo, el componente emocional:
[La ayuda mutua] Creo que es la vinculación entre el trabajo y las ideas de solidaridad, el trabajo como transformador de la realidad […] es un hecho material solidario que tiene que ver con fortalecer relaciones y, además, me parece un hecho singular donde uno deja la solidaridad a nivel palabra y pone cuerpo, y trabaja el doble si la compañera o compañero no pudo ir, y tiene paciencia con las compañeras y compañeros que dan vueltas y no hacen nada. (F. P., cooperativista de La Creciente)
Y es justamente esta exigencia física y emocional lo que puede alejar a una persona del movimiento, pues son muchas horas de trabajo colectivo. En el trabajo de campo, en las entrevistas con cooperativistas de otra cooperativa del MOI que ya están habitando las viviendas, se dijo que, en total, una familia aporta alrededor de 3.000 horas de trabajo a la construcción hasta finalizar el proyecto.
La ayuda mutua, me parece, es hacer parte de todo el proceso; no sólo el imaginar, el soñar, como, bueno, poner el cuerpo. Me parece que eso es el sentido que tiene la ayuda mutua. La ayuda mutua, sobre todo, es trabajo en la obra […] es lo que en un momento más puede alejar a una persona […] uno puede decir “Me encanta el proyecto, pero no tengo la disposición o el tiempo”, como me pasó a mí en algún momento. (A. P., cooperativista de “La Creciente”)
Un desafío es mantener la buena relación entre cooperativistas y superar conflictos oriundos del trabajo colectivo:
[Es un desafío] Mucho trabajo y que el cansancio no afecte la relación. (F.P., cooperativista de “La Creciente”).
Lo han comentado los que la han llevado adelante, compañeros de Buenos Aires y uruguayos también, […] las dificultades aparecen porque no todos tienen la misma idea. Yo comienzo haciendo algo y ayudando a los demás, pero cuando termino lo mío es como que se terminó. ¡No! La ayuda mutua va hacia la terminación de todo, no la terminación de mi parte. (J. E., cooperativista de “La Creciente”)
Además del desgaste físico y emocional, otros desafíos surgen. Por ejemplo, el tiempo disponible semanalmente para las jornadas de trabajo debe estar alineado con los tiempos de la construcción mediante albañiles:
Una de las cuestiones es estar alineados con la cooperativa que hace la obra. Por ejemplo, suponemos que nosotros vamos a hacer las carpinterías de aluminio y eso, la obra lo tiene que tener listo al quinto mes. Bueno, nosotros para esa fecha tenemos que haber aprendido a hacerlo, haberlo hecho bien y que esté listo para ese momento; si no, todo el tiempo que invertimos vamos a perderlo, por así decir, o vamos a retrasar la obra. Un desafío es plantearnos objetivos reales; para mí, […] cumplirlos es otro objetivo, y después que encuadre con la otra cooperativa que va a hacer la obra, con sus tiempos. (A.P., cooperativista de “La Creciente”)
Con tantos desafíos cualquier persona puede plantearse la pregunta: con tantas dificultades, ¿el uso de la ayuda mutua es realmente necesario? Cuando se cuestionó ese punto en las entrevistas, algunas de las respuestas fueron en dirección a la construcción de un proyecto mayor a la vivienda:
[La ayuda mutua] permite conocernos, permite construir de manera conjunta con las personas con las que vamos a convivir de alguna manera, digamos. […] El tema es que apunta esa ayuda a que el hábitat, la vivienda, el espacio sea de calidad (A. P., cooperativista de “La Creciente”).
De lo que se trata aquí es de la construcción de un hábitat, no sólo la construcción de una vivienda. Conseguirlo de esta forma, forma parte de uno mismo; o sea, eso está dentro de uno. No es como cuando uno compra algo que hicieron otros y los que lo hicieron ni sabían para quién lo hacían, cómo solamente un objeto. Lo que uno construye de esa manera nunca es un objeto alejado de uno, forma parte de la construcción de una sociedad mejor. (J. E., cooperativista de “La Creciente”)
La cooperativa “La Creciente” ha utilizado la ayuda mutua no solamente en el momento de las jornadas de trabajo de acondicionamiento del predio, sino que también, al principio del año 2019, como marco de la ocupación las familias cooperativistas armaron la pintada de un mural en el tapial al frente, un marco simbólico y espacial de la presencia de la cooperativa y del MOI en el barrio Saladillo, en la zona sur de la ciudad de Rosario. Eso es una apropiación a partir de la acción y la imaginación; es marcar visualmente la presencia de los sujetos en la disputa por el espacio urbano; y representa la búsqueda de transformación a escala de una cotidianidad radical a través del uso, de la habituación y de las transformaciones del espacio.
Las Fotos 1 y 2 presentan la pintada del mural como marco de la apropiación espacial de la cooperativa “La Creciente” y el MOI en el edificio y en el barrio Saladillo. La práctica espacial de ayuda mutua no se da solamente con la realización de la tarea planeada: la práctica comienza con la previa división de las tareas, acordadas mediante el proceso cooperativo autogestionario en asambleas e intercambio de mensajes por WhatsApp. La Foto 1 representa la importancia de remarcar simbólica y espacialmente que “La Creciente” es una organización / cooperativa compuesta por familias, lo que genera más confianza y simpatía por parte del vecindario; es una señal comportamental (de Certeau, Giard y Mayol, 1999).
La Foto 2 presenta lo ya dicho sobre la pintada del mural como marco simbólico de la presencia de la cooperativa y del MOI en el barrio, en un predio vacío que en otros momentos representó la inseguridad para los vecinos de aquel: el local era utilizado de escondite para diferentes personas, sea para el uso de drogas, sea para guardar objetos robados. En las primeras jornadas de ayuda mutua en el predio se desarrollaron tareas para ampliar la seguridad y restringir el acceso; por ejemplo, instalar un portón que impida el acceso al espacio interno.
A partir de 2019, en la cooperativa comenzaron las jornadas de trabajo para el acondicionamiento del predio y la realización de actividades de preobra. Se destaca que fueron jornadas los días sábados, cuando los miembros de las parejas tuvieron que turnarse con el cuidado de niñas y niños en casa, y una vez al mes se hacían una jornada general; para este espacio, los adultos se turnaron en el cuidado, y en general utilizaron la casa de algún cooperativista o algún espacio colectivo cedido para el cuidado de los infantes.
La proximidad espacial es un factor importante para la cimentación de las relaciones cotidianas entre compañeras y compañeros. Así, el cotidiano de los movimientos sociales en general promueve espacios de búsqueda de respuestas a interrogantes suscitados en el cotidiano de un individuo. Es un espacio de creación de una nueva sociabilidad basada en la satisfacción de necesidades colectivas y para la realización de potencialidades humanas. Por otro lado, el hacer colectivo resalta las diferencias entre individuos y sus conflictos: el desafío vivido por el colectivo es siempre negociar, buscar puntos de intereses en común y evitar que las familias se alejen de la cooperativa.
Conclusiones
Las prácticas espaciales de autogestión y de ayuda mutua tienen como punto central la proximidad espacial y el uso de las densidades técnicas, informacionales y comunicacionales como herramientas de articulación / acción.
En el actual período de globalización, imperan redes técnico-científico-informacionales, que son instrumentos para la producción y circulación de la información. Pero, dialécticamente a las redes globales, están las redes locales, que utilizan las redes técnicas para asegurar la acción solidaria, aunque conflictiva, a través de la co-presencia, creando el cotidiano de la contigüidad espacial basado en el uso de las densidades comunicacionales.
El análisis de esas densidades y de las prácticas espaciales puede sumar a la comprensión del cotidiano compartido y a la de cómo los movimientos sociales las han utilizado para pensar y enfrentar los desafíos de la construcción solidaria de un espacio colectivo que haga frente a la individualización impuesta por las redes globales. No se puede romantizar: es un proceso, está en construcción y por eso está lleno de idas y vueltas. Compartir el cotidiano no es solamente compartir sueños y esperanzas; es también compartir conflictos y necesidades de deconstrucción de imaginarios y prácticas, con el desafío de colocar la energía en horas de charlas y negociaciones en asambleas; como se da, por ejemplo, en la práctica espacial de autogestión.
Agradecimientos
Al Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) y a la Cooperativa “La Creciente” (MOI Rosario). También a CONICET, por financiar parte de la investigación con el programa de becas de finalización de doctorado.
Referencias
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Notas
Recepción: 11 Julio 2023
Aprobación: 19 Octubre 2023
Publicación: 01 Mayo 2024